Marcos calentaba sobre el tapete de Son Moix a la espera de un indulto, mientras por el circuito interno de televisión del Mallorca se ofrecía un partido en el que Stankovic lanzaba otra carrera por la banda. El Olympique de Marsella empataba en Lyon y la grada mallorquinista, a miles de kilómetros, le recordaba con nostalgia mientras leía el suplemento que Ultima Hora regaló a la entrada: «Stanko Sempre» rezaba una pancarta. Era la única que se acordaba del serbio, el resto tenía un objetivo común: Karpin.
Son Moix estaba lleno, presentaba el mejor aspecto que nunca se ha visto hasta la fecha en un partido en el nuevo recinto y la carga emotiva del encuentro era extraordinaria. El Mallorca calentaba con doce hombres (Armando) sugiriendo que el jugador número doce (el aficionado) se metiera en el partido, mientras todos soñaban con otra «noche mágica», tal y como se señalaba en las páginas interiores del suplemento. Fue entonces cuando por la boca del túnel apareció Vagner y el número de decibelios se disparó. Un hilo celeste pisaba el campo y Son Moix rugía.
Cuando la megafonía citó a Karpin más de 20.000 gargantas se centraron en el ruso. Muchos pitos. Luego, las miradas se dirigieron a Iturralde, el hombre de la flauta en forma de silbato. Todos se acordaban de López Nieto, del penalti de Finidi y de las múltiples tanganas de Balaídos. Las tarjetas a Engonga, Finidi y Olaizola crisparon a la grada y aumentaron la temperatura de un campo que se había quedado helado con la salida enérgica del Celta. Ya no volvieron a levantarse hasta que Nadal cabeceó a la red y Engonga marcó de penalti en un final angustioso. Entre tanto, apareció Catanha y puso su testa al servicio de la ilusión celeste.