Llegar a Tokio, con escala en Frankfurt, supone invertir casi un día de viaje desde Mallorca. Pero la travesía hacia los Juegos Olímpicos cuenta con más factores que la distancia, los miles de kilómetros o el cambio horario. La pandemia, el dichoso virus, forzó el aplazamiento de Tokio 2020 por espacio de un año y ha marcado su devenir hasta las horas previas incluso de la ceremonia inaugural, con el fantasma de la cancelación planeando sobre el evento.
Ser olímpico es lo máximo para un deportista. Para un periodista, y más aquellos que vivimos alejados del poderío mediático de Madrid o Barcelona, supone una experiencia única, poder acompañar a aquellos a los que sigues cotidianamente y compartir lo que, para muchos y muchas, es el gran momento de sus vidas.
Tokio 2020 ha llevado consigo muchos dolores de cabeza. Cambios de planes, retrasos traducidos en ausencias... Y un estrés mental agotador en el caso de los medios de comunicación. En las semanas previas a los Juegos, redactores, cámaras, fotógrafos e incluso los más experimentados productores, nos hemos tenido que enfrentar a una cascada de información confusa, siglas (OCHA, COCOA, CLO, ICON...) y silencios que nos han hecho temer lo peor.
Ha habido bajas, algunos se han quedado por el camino. Por la COVID o por la incertidumbre. Pero nadie nos podía anticipar que el camino que iniciamos en septiembre de 2018 iba a ponerse tan cuesta arriba. Geolocalizados, pautados por un Activity Plan que debe (en algunos casos todavía no lo ha hecho) aprobar el Gobierno japonés y amenazados por cuarentenas e incluso sanciones que derivaría en la deportación, los representantes de los medios españoles hemos vivido semanas estresantes, agotadoras. Pendientes de unos correos que primeramente llegaban de madrugada y acabaron plantándose en nuestras vidas a cualquier hora.
Las exigencias para entrar a Japón iban más allá del pasaporte y la acreditación. Dos PCR negativas en las 72 horas previas a partir, el famoso Activity Plan aprobado —a Ultima Hora le dieron el visto bueno 2 horas antes de volar—, en su defecto un Written Pledge para solicitar el acceso; aplicaciones que no responden, otras que se quedan a medio camino y todos pendientes de códigos QR que eran nuestra puerta de entrada a Tokio, donde una nueva colección de tests nos esperaba, además de la prohibición de hacer vida normal y contactar con los ciudadanos nipones durante nuestros primeros 14 días allí.
Con dos carpetas llenas de documentos me planté en Son Sant Joan. Con los deberes hechos, pero esperando el veredicto o cualquier impedimento a última hora. Los primeros en aterrizar referían horas de espera en los dos aeropuertos de la capital nipona. Se lograba pasar, pero la tensión era mucha y, tras incontables horas de avión y aeropuerto, una maratón por las terminales de Narita o Haneda no era lo más recomendable para dar la bienvenida a los Juegos.
Las ilusiones de otras ediciones eran dudas que llenaban nuestros equipajes. Los que cogimos el pasado martes, 20 de julio, minutos después de aprobarse el Activity Plan -sin cuarentena- y con ello la aplicación OCHA, vital para moverse y entrar en Japón. Presentada la documentación en Son Sant Joan, sin apenas problemas llegamos a Frankfurt, donde las conexiones internacionales hacían que deportistas, técnicos, jueces, periodistas, voluntarios y demás familia olímpica de diversas nacionalidades (Francia, Uruguay, Argentina, Alemania, Senegal, Portugal, España, Croacia, Grecia...) compartiéramos aeronave.
En Frankfurt empezamos a calibrar la tensión preolímpica. Se desalojó la zona de la puerta de embarque, se acordonó y se formaron cuatro enormes filas en las que se hizo la criba final. Los que no llevaran documentación y aplicaciones al día, se quedaban en tierra.
Por ahí apareció otro mallorquín. Ataviado con un polo de World Sailing (actual denominación de la Federación Internacional de Vela), Andy Halcón ponía rumbo a los que serán sus terceros Juegos como medidor de la clase 470. Preparado para todo, también pasó el corte.
En el avión, nadie sin mascarilla, marcaje intenso de las azafatas y nos sentamos con las noticias que refieren una posible cancelación de los Juegos. Caras de confusión y preocupación, pero el vuelo despega... rumbo a Tokio.
Todos sabíamos que en Haneda nos esperaban colas... «Haceros a la idea, no baja de cuatro horas», decían días antes. En el anterior vuelo al nuestro, otro periodista mallorquín, enrolado en la Cadena Ser a nivel nacional, Pedro Fullana, nos advierte: «hora y media». Motivos para el optimismo, más viendo la espectacular organización y coordinación de los voluntarios y el equipo de Inmigración del Gobierno de Japón.
Porque si algo se les tiene que agradecer a los ciudadanos nipones es su paciencia, amabilidad y capacidad de trabajo para poder sacar adelante los Juegos más comprometidos de la era moderna. En pleno estado de emergencia, su sonrisa y educación se agradece y nos hace más comprensivos al tener que asumir un evento que muchos de sus conciudadanos rechazan sin tapujos.
Eso sí, el volumen de pasajeros -lejos del que tocaría, igualmente- y la cantidad de estaciones y puntos de control, ralentizan el proceso. Las 2 PCR, el pasaporte, la acreditación y el QR de inmigración en la aplicación OCHA; con esas cuatro cosas, tienes minutos ganados. Andy se queda rezagado, y tras pasar el test de saliva, me alcanza de nuevo en una enorme sala de espera en la que una pantalla muestra los nombres de las muestras negativas. Si no sales, te quedas confinado...
Aparece el 3504. ¡Bingo! Pasamos a otra cola para validar el resultado del test y bajar para realizar el camino a la inversa que hicimos tras salir del avión para validar la acreditación. Tras ello, Inmigración nos espera para darnos su veredicto final: podemos trabajar, bajo el Activity Plan, desde el primer día. Salvamos las tres jornadas de cuarentena en el hotel que muchos se han comido.
A todo eso, nos espera la maleta, desde hace horas custodiada por voluntarios y policías en la cinta A. Ahora sí, hemos llegado a los Juegos Olímpicos. Pero nos queda el último viaje. Dos, más concretamente. Un autocar nos llevará hasta una explanada llena de taxis junto al centro principal de prensa (MPC), y allí, individualmente, se nos traslada hasta nuestro hotel. En nuestro caso, a Ikebukuro, donde llegamos tras 24 horas largas de viaje que han tenido un final muy diferente al que temíamos semanas atrás. Ahora toca cruzar los dedos... Pasar test los tres primeros días y cruzar los dedos.