«Necesito tener todo controlado». Esta es una sensación que tienen muchas personas y que puede llegar a ser un problema. La coach de salud Marga Almarcha explica que «si bien es cierto que el control nos da una cierta seguridad, que en muchos momentos es necesario experimentar, llevado al extremo puede resultar contraproducente porque nos puede llevar a dejar de hacer algo, tomar decisiones importantes por no saber el resultado o no llevar bien la incertidumbre. En el fondo, no es más que una estrategia que nos protege de algo, y ese algo suele estar enmascarado detrás del miedo».
A su modo de ver, «querer controlarlo todo e intentar llegar a todo nos aleja de ese bienestar que tanto ansiamos, es más, nos lleva a un lleva a un desgaste mental, emocional y físico difícil de sostener en el tiempo, que dará lugar a sentimientos como la insatisfacción, la frustración o la impotencia. Esto lo que nos puede hacer entrar en un círculo vicioso de malestar». Almarcha señala que, «quizás no hemos caído en la cuenta de que ensalzar el control como algo súper positivo puede ser un arma de doble filo en una sociedad tan competitiva, expuesta y rápida, donde la certeza y la seguridad son más una quimera que una realidad; el mundo en sí mismo no es controlable».
Almarcha expone que «pensar que podemos tener el control sobre todo lo que nos rodea y asumir que ejercemos poder sobre ello es olvidarnos de que la vida está llena de interacciones con otras personas, situaciones o comportamientos en los que es imposible influir; y, en las que, si seguimos con esa intención, lo que provocaremos serán situaciones de abuso, manipulación o culpabilidad en la otra persona».
La coach destaca que, «afortunadamente, la ilusión de tener el control la podemos ir deconstruyendo». Para ello, hay que poner en práctica una serie de recomendaciones. Una de ellas es «aceptar que hay cosas que puedes controlar y otras que están fuera de tu control. Asumirlo significa soltar muchas expectativas sobre cómo deberían ser las cosas, lo correcto y lo incorrecto, qué deberían hacer los demás, qué esperas de los demás…».
Otra consiste en «observar para ser consciente y tomar acción de las situaciones que nos cuesta vivir con cierta incertidumbre y nos llevan a querer mantener el control. Empezar a hacernos cargo de cosas fáciles donde podamos sobrellevar mejor los sentimientos que nos genera la incertidumbre para ir acostumbrándonos a ella, poco a poco. Seguramente, a muchas cosas que no dependen de ti les tendrás que decir no. Y aquí es cuando, si has querido ser dueño del control, te empezarán a temblar las piernas. A decir no se aprende, aunque seguramente las primeras veces te cueste mucho. Por ello, es importante practicar la flexibilidad y la adaptabilidad a los diferentes escenarios». En este punto, advierte que «querer controlar todo nos lleva a mantener una cierta rigidez, por lo que es importante ir flexibilizándonos para adaptarnos mejor a nuestro entorno. Puedes empezar con cosas cotidianas de tu vida diaria, que no te suponga mucho esfuerzo inicial, pero que te den la confianza suficiente para continuar».
Almarcha también señala que es fundamental «reconocer los miedos que se esconden detrás de esa necesidad de control. Quizá sea el punto más importante y, al mismo tiempo, el que requiera más auto-indagación y plantearse más cosas. De ahí la importancia de encontrar el momento idóneo». Para concluir, asevera que «las expectativas, el miedo al fracaso, el apego a ciertos resultados, etc. hacen que nos aferremos al control como el salvavidas para tener una vida más segura, sin darnos cuenta que ésta, quizá, nos esté pidiendo que nos dejemos sorprender y la acojamos así cómo viene. Esto, a veces supone correr ciertos riesgos que merecerán la pena, sobre todo, porque de ellos aprenderás a conocer donde están tus límites».