Curioso que apenas existan buenos bistrós por estos lares. Tuvimos uno no hace mucho en la esquina con el Paseo de Mallorca, que desapareció pronto, y ha habido desde entonces pocos sustitutos. No tengo claro si este tipo de cocina, donde predominan salsas y mantequillas, no acaba de ser del agrado de la clientela isleña, o simplemente no hay cocineros que deseen inculcarnos los placeres gastronómicos de nuestros vecinos galos. Sea como fuere, es grato contar en el centro de Palma con uno de los pocos representantes de la buena cocina tradicional francesa. Enfrente del mercado del Olivar se encuentra Les Artistes, un local de apenas una docena de mesas en el interior, que inmediatamente te traslada al ambiente de los bistrós del país vecino.
Manteles de cuadros rojos, vestimenta de camareros y del propio chef à la page –gorra, chaleco, tirantes–, botellas y publicidad de bebidas francesas por la sala, y numerosas ilustraciones alegóricas de artistas conocidos. Desde los grandes vinilos con las efigies de Alain Delon, Belmondo y Jean Gabin en la entrada, a las pequeñas fotos en blanco y negro de Louis de Funes colgadas en las paredes. El chef y propietario, Alain Alzerat, montó este bistró hace ya cuatro años, convencido de que el céntrico emplazamiento y su cocina serían garantía de éxito. Y lo cierto es que ha conseguido una clientela sólida y adicta a una carta de pocos platos, muy bien elaborados, en un ambiente agradable, servicio eficiente y precios bastante razonables a tenor de su calidad. La conclusión es que el restaurante está casi siempre lleno, y su principal problema reside en que no pueden atender tantas peticiones como quisieran. Conviene reservar con cierta antelación para asegurarse alguna de sus mesas, bastante juntas por mor de ese espacio reducido.
La cocina de Les Artistes es muy clásica, con una lista reducida de platos que cambian poco y más adecuados para épocas de temperatura baja. Son guisos sabrosos y bastante contundentes. A lo largo del año mantienen los que les han dado buen resultado y que su clientela espera: sopa de cebolla gratinada; camembert frito con confitura de higo; huevos en cocotte con espárragos; terrina de foie mi cuit que elaboran ellos mismos; los tradicionales escargots a la mantequilla, ajo y perejil, que pueden tomarse en medias raciones; o el magnífico steak tartare, bien cortado y condimentado con salsa de mayonesa y estragón. Unos entrantes, para tomar sólos o compartirlos, que son buena introducción a los principales: todos interesantes, pero en especial el muy logrado boeuf bourguignon de tres tipos de carne de ternera, guisadas en vino tinto y puré de patatas, zanahoria confitadas, cebolla y bacon. Impactante de sabor, servido en una pequeña cazuela de hierro tipo Le Creuset (19,8€). Un plato por el que ya vale la pena la visita.
Me gustó mucho el confit de cordero y cochinillo acompañado de parmentier de boniato y patata, con gran contraste de carnes y en estupendo estado de punto (21,5€), al igual que el onglet de boeuf, la sabrosa pieza de ternera, con salsa de chalotas, patatas y verduras (19,7€). Muy demandado asimismo por su clientela el cuisse de canard confite con guarnición de bacon, champiñones, patatas y cebolla (19,5€). Este no es, obviamente, restaurante para vegetarianos, aunque ofrecen algún plato no carnívoro según la temporada (acaban de presentar la carta de primavera). Tampoco es un restaurante de pescado, pero tienen en su menú una magnífica quenelle de lucio con salsa Nantua (sabrosa bisque a base de langostinos y camarones), que preparan al horno y sirven con arroz pilaf, verdaderamente atractiva.
Los postres, hechos en la casa, sugerentes: crujiente mini tatin con helado; suaves suzettes (8,9€), que el propio Alain carameliza en la mesa con Grand Marnier; e isla flotante con almendras. Deliciosos aunque no precisamente ligeros. Vinos, sólo franceses a precios razonables. Se pueden tomar por copas algunos magníficos, como un Saint Emilion Gran Cru a 9€. Estupendo bistró que esperemos dure y, si es posible, amplíe su pequeño reducto.