Hace exactamente un año quedé con Antonio Seijas para ver cómo se hace un auténtico cocido gallego. El lugar era el comedor del restaurante Náutico y el evento la XXV Fiesta del Vino Albariño DO Rías Baixas que Antonio organiza en colaboración con el Ayuntamiento de Cambados y otras entidades y personas. Antonio es un hombre que siempre cumple su palabra y este mes me invitó a la XXVI Fiesta del Albariño y, de paso, ver y aprender cómo un gallego hace su célebre cocido.
Pero un año da para muchos cambios en la vida y uno que me afecta a mí, también concierne a Antonio y al cocido gallego. Es que en setiembre me fui a vivir a Escocia y tuve que rehusar la invitación de Antonio de comer un auténtico cocido gallego y, además, a aprender la receta. Y, entre muchas otras cosas, catar unos albariños memorables. No hace tantos años, apenas había suficientes botellas de albariño para abastecer a los mismos gallegos. Pero gracias al interés de los cultivadores de la DO Rías Baixas por aprender nuevos métodos de producción, ellos llegaron a aumentar las cosechas. Con el tiempo, y gracias a Antonio y su Fiesta del Albariño, en Mallorca este vino ha sido introducido en la mayoría de los restaurantes y hoteles de categoría… que representa muchísimas botellas descorchadas.
Desde la década de los 90, cuando escribía sobre los vinos, me quejaba mucho de la prensa inglesa especializada, porque pensaba que España es únicamente territorio de maravillosos tintos como los de la Rioja, Ribera del Duero, Priorat y otros pajares de la Península. Para ellos sólo existían los blancos de Alemania, Austria, Alsacia, California, Australia y Nueva Zelandia, entre otros países… y nunca tenían ni cuatro palabras para los espléndidos blancos españoles.
Tardaron un montón en darse cuenta de los milagrosos blancos de Galicia y Cataluña y otros viñedos peninsulares. Para mí, hoy por hoy los blancos españoles no tienen nada que envidiar a los más renombrados de cualquier país. Para mi última cena, comería espaguetis adornados con unas gambas de Sóller salteadas en aceite de oliva virgen extra… también de Sóller. Y el vino tendría que ser un albariño, por su frescura única y sus inolvidables sabores. Como no pude asistir a la comida que Antonio organizó el martes, en casa mi plato principal fue unas tiras de lacón escocés con patatas y coliflor. Y descorchábamos un albariño. No era ni mucho menos parecido al banquete gallego de Antonio, pero como dice el refrán, a falta de pan, buenas son las tortas.