Si buscamos el origen de la hamburguesa, los historiadores nos dicen que poner un trozo de carne entre dos rebanadas de pan es un invento de los egipcios de hace 4.000 años. Este bocado se servía durante las ceremonias funerarias. Los patricios romanos (la clase social más alta), los turcos y las tribus mongolas tenían sus versiones propias, algunas hechas con carne picada de poca calidad.
Si apretamos el botón de avance rápido hasta Hamburgo en 1871, veremos un feriante llamado Charlie Nagreen aplastando bolas de carne picada y sirviéndolas fritas entre un bollo de pan para las personas que no querían perder tiempo comiendo sentadas en su puesto.
Los alemanes que emigraron a los Estados Unidos a finales del siglo XIX llevaron la idea de una merienda de medallones de carne picada en un bollo cortado. No se sabe quién puso el nombre hamburger, pero casi seguro que fue en Nueva York, la ciudad donde aterrizó la gran mayoría de los primeros emigrantes a Estados Unidos. Yo comí una hamburguesa puramente americana sin tener que ir a cualquier lugar en Estados Unidos. Fue en una base de la fuerza aérea estadounidense cerca de Edimburgo. Esas bases americanas tienen la peculiaridad de que todos sus alimentos eran enviados desde EEUU, por lo tanto mi primera hamburguesa llevaba la bandera de las barras y las estrellas.
Fue una hamburguesa muy sencilla. La base del bollo cortado estaba untada con una película de mostaza y encima había una rodaja de cebolla muy fina hecha a la plancha. Después venía un medallón de carne muy bien hecho y adornado con una hoja de lechuga crujiente, y unas rodajas finísimas de pepinillos envinagrados. La otra mitad del bollo estaba tostada, escasamente untada con ketchup y con unas gotas de Tabasco en los cuatro puntos cardinales. Las texturas y los sabores fueron en perfecta harmonía y fue la segunda mejor hamburguesa de mi vida.
No volví a comer hamburguesas hasta hace unos 15 años, cuando se empezaban a comer versiones buenas en Palma, aunque pronto los cocineros estropearon el tema añadiendo muchas capas de textura y sabores. Cuando encontré un cocinero empleando ternera Angus, le pedí una con la carne color de rosa servido solo con cebolla caramelizada. Era la de la foto. La carne salió suculenta y la cebolla añadió un punto dulce exquisito. Esa fue la mejor hamburguesa de mi vida. Y encima, el cocinero me quitó dos euros del precio porque había rechazado tantas piezas de la guarnición tradicional. Un buen ejemplo del concepto japonés de que menos es más.