Los turistas comen muy bien en Palma, sobre todo a la hora de desayunar en el hotel. El típico desayuno hotelero es un pequeño banquete para las personas acostumbradas a enfrentarse con una selección de platos bufé entre las 7.30 y las 11 de la mañana. Para los que no tienen apetito a esas horas, más vale ir al bar de la esquina y tomar un café con leche y una ensaimada. Los precios del desayuno bufé hotelero oscilan entre los 8 y los 25 euros (o más) de los hoteles de lujo. Yo fui a desayunar con los turistas del hotel Naisa, detrás del periódico, en la calle Simó Ballester, y comí como un príncipe heredero por 12 euros. Fue un desayuno tan redondo y completo, que no comí nada más, ni una patata frita, hasta 24 horas después.
El desayuno de un príncipe heredero debería siempre empezar con una bandeja de salmón ahumado como la de la foto. Por su textura y sabor tan sutil, fue un 10. No lo comí con cuchillo y tenedor, sino con los dedos y sobre trozos pequeños de barra de cereales, untados con generosas porciones de mantequilla, y con varias capas de tiritas de salmón. Al morder el pan, lo primero que encontré fue el humo del salmón y su textura sedosa, luego la untuosidad y el sabor de la mantequilla y finalmente las semillas y cereales del pan. Fue una sensación epicúrea. Espero que el príncipe heredero hubiera comido el salmón con les dedos, como yo. Sino, hubiera perdido ese momento sibarítico.
El desayuno de un hotel no es un desayuno, sino que dispone de hasta 15 combinaciones. Hay nueve cereales y media docena de botellas de distintas leches encima de placas frías para mantenerlas a temperaturas de nevera. Ofrecen una gran selección de yogures y muchísima fruta fresca. Un veinteañero inglés en la mesa de al lado, tenía en su plato un montón de rodajas de pepino y tomate troceado… hay para todos los gustos. El actor Sir Michael Caine tenía un interés en un par de restaurantes de moda en Londres y sabía algo del negocio. En un entrevista dijo que el pan y el café son los dos elementos más importantes para un restaurante: el pan es lo primero que el cliente come y se va con el sabor a café en el paladar.
Tanto pan como café, dijo, tienen que ser excelentes. Sir Michael hubiera dado sobresalientes al pan de cereales que comí con el salmón ahumado, y también a los dos cortados dobles que bebí. ¿Cortados dobles? Normalmente no tomo café cortado, y menos aún cortados dobles. Resulta que cuando fui a la muy sofisticada máquina de café (en tres idiomas y con opciones para satisfacer a un italiano cafetero) no llevaba mis gafas de leer y no podía ver los iconos de los cafés en oferta. Pero apreté uno al azar y en la gran pantalla vi que había pedido un cortado. Metí otro cortado en la misma taza. Pues, ese cortado doble me pareció el mejor café que jamás he bebido. Todo el buen sabor amargo del café me llenaba el paladar porque estaba en primera línea, que es precisamente donde tiene que estar.
Con una nostálgica ración de huevos y bacon al estilo inglés, bebí un café con leche bien caliente, que es como deben ser todos los cafés. También fue algo especial la mezcla de leche y café muy a mi gusto. Al final bebí otro cortado doble, esta vez con un par de mini magdalenas con un relleno muy inglés de mermelada de frambuesa. Ni los príncipes herederos terminan sus desayunos de manera tan noble. Pasé las próximas dos horas en el periódico leyendo la prensa y bebiendo dos litros de agua fresca para diluir la enorme cantidad de cafeína que había bebido. Menos mal que no tengo que ver a mi cardiólogo hasta finales de septiembre.