La semana pasada entré en el Elías Urban Kitchen restaurante y de golpe era como si estuviera en una máquina del tiempo… Instantáneamente estaba 18 años atrás, enfrente del Restaurante Bruselas (antes el mítico Bar Bruselas tan asociado con la música jazz) y ahí estaba el cocinero argentino Fabián Luzzini, de ascendencia italiana, posando para una foto en la entrada, rodeado con textos de Ultima Hora y del Majorca Daily Bulletin, donde habían salido mis críticas del año 2004. Este cuadro de los recuerdos estaba arrinconado y colgado al lado de la puerta. Fue un momento lleno de nostalgia y también de alegría porque cuando paso por la calle del viejo Bruselas me vienen imágenes de sus antiguos inquilinos, tanto músicos como cocineros, especialmente Fabián en la última etapa del restaurante.
¿Dónde habían ido a parar ellos? A veces me pregunto. En el caso de Fabián, la semana pasada me enteré que ha tenido varios puestos interesantes y hace tres años aterrizó en su restaurante de calle Sant Elíes, con su esposa Marilina Barbieri al frente del comedor. Tienen dos hijas jóvenes, Sofía y Sol, que a veces echan una mano en el restaurante. Sol se cuida de la parte informática y mantiene los menús al día en @elíasrestaurante. Unos 18 años dan para muchos cambios en la vida. Pero por otro lado no ha cambiado nada: Fabián sigue siendo un cocinero de primera línea, hábil y con muy buena mano para las carnes a la parrilla. Y confecciona un menú del día a 15,50 euros bien pensado y equilibrado.
Durante años he pasado por delante de la puerta, parando para mirar los platos del menú, y pensando que un día debería entrar para comer. Pues el sábado pasado finalmente conseguí cruzar el umbral. Y por una sencilla razón: estaba atraído por los spaghetti al ajillo. Es un plato de la cucina povere italiana que está tan de moda. En la hambruna del siglo XIX, que trajo la inmigración en masa a Estados Unidos y América del Sur, las pastas poveres eran platos únicos con un simple aderezo de aceite de oliva, ajo y quizás alguna hierba. Los spaghetti al ajillo de Fabián sirven como entrante y no son tan austeros como en el siglo XIX: llevan algo de verdura troceada y salteada y están espolvoreados con pimentón. Para los adictos de la pasta como yo, la cucina povere italiana es una maravilla del siglo XXI.
Otro acierto fue un filete de merluza enrollado y servido sobre unos tacos de patata frita con una salsa de naranja con buen sabor de la fruta y finas notas cítricas. Hemos terminado con un postre híbrido: una tarta de manzana con un espléndido topping de crumble rústico, todo un acontecimiento postrero que valía un 10. Pero salí del restaurante habiendo cometido un pecado culinario: fue la primera vez que no haya pedido unas empanadas criollas en el restaurante de un argentino. Al menos tengo una buena razón para volver pronto. Y aprovecharé la visita para comer otra pasta povere.