Los seres humanos somos animales de costumbres y esto es malísimo porque nosotros mismos cerramos la puerta a un mundillo de manjares que están ahí para probar. Miren los higadillos de pollo, por ejemplo. ¿Cuándo fue la última vez que se comió un higadillo? Exactamente, hace un montón de tiempo. Pero sólo con sofreír uno con una loncha de bacon y servirlo sobre una rebanada de pan frito tendremos una tapa sabrosísima. Lo mismo pasa en los restaurantes japoneses.
Aquí la moda exige lo que debemos pedir. Si ves una mesa sin sushi ni sashimi ni fideos ni pinchos de pollo yakitori, seguramente es la de alguien que se ha dado cuenta de que la cocina japonesa es mucho más que estos cuatro platos, que ya rozan la monotonía. ¿Cuándo fue la última vez que pidió un arroz japonés? Exactamente, hace un montón de tiempo. Es que hemos olvidado que los japoneses hacen arroces asombrosos.
La mejor manera de ponerse al día (que no quiere decir de moda) es pedir un arroz la próxima vez que vaya a un restaurante japonés, como hicimos nosotros en Quinta Avenida en Comte de Sallent 5 (Tel:871043066) donde la semana pasada habíamos comido gyosas (8,50 €) y tempura de langostinos y verduras (12,50 €), ambas tan excelsas que sacaron un 10. De los dos arroces que comimos, uno valía un 10 y había otra puntuación máxima. El arroz frito (7,50 €) tenía un punto de cocción parecido a una buena paella: tan enterito que los granos se separaban al toque de un tenedor, con un buen punto de aceite y con pocos tropezones de verduritas porque es, ante todo, un plato de arroz. Lo disfrutamos enormemente. Pero quizás lo más espectacular fue el gohan furikake (3 €), un simple arroz blanco aderezado. Aunque no era tan sencillo gracias al furikake que está escondido como un furtivo en el fondo del cuenco de un arroz blanco con un topping de daditos de mantequilla.
El éxito de este arroz está en el furikake, una mezcla de copos del alga nori, bonito seco, huevo, sésamo y la pasta picante wasabi. El comensal tiene que mezclar el furikake con un tenedor para que todo los sabores se queden esparcidos. Las sensaciones para el paladar son como las del oído cuando escuchamos la furia de una sinfonía de Mahler. Es un arrocito titánico y valía un 10.
¿Y la cuarta puntuación máxima? Por primera vez he dado un 10 a todo el personal de sala. Tuvimos momentos de contacto con ocho de ellos y fue otra maravilla inédita. Cuando una de las camareras no podía contestarme a una pregunta, se fue y volvió con el jefe de cocina para explicármelo. Esto es lo que yo llamo un buen servicio. Tengo la impresión de que el propietario ha estado en Nueva York y que se ha dado una vuelta por Fifth Avenue para ver cómo se hacen las cosas por ahí. Si es así, ha sacado mucho provecho de su visita.