A pesar de haber rebasado la cima de la cuarentena, Pepe Héctor Forteza forma parte de la historia urbana de nuestra ciudad. Tenía su primera tizna de bozo sobre el labio superior cuando su padre le encomendó la tarea de acudir al baratillo sabatino de las Avenidas para practicar el oficio de comerciante. Había aprendido la oratoria convincente, reconocía estilos y procedencias, maderas e incrustaciones y años de antigüedad de las piezas en venta. Como un ambulante de los años 50, persuadía convincente para impulsar la transacción. Tenía 15 años y ya se reconocía como ‘pintoresco' comerciante de sa Costa. José Antonio Forteza Font, su padre, regentaba Antigüedades Sa Costa, en sa Costa de sa Pols. En el Rastro, Pepe se movía como pez en el agua ejerciendo de mercader trashumante con un sueño en la mente: viajar y conocer mundo.
Con la música de Neil Young y de Frank Zapa en el radiocassette de su caravana, recorrió Francia, Alemania y Portugal. Allí aprendió a dar valor al mobiliario icónico diseñado por arquitectos e interioristas. «En España aún no se reconocía la autoría de estos elementos que nada tenían que ver con lo que estaba de moda o con las antigüedades que se adquirían como inversión. Ahora existen unas nuevas antigüedades. Las nuevas generaciones valoran muebles y objetos que les transportan a su niñez y adolescencia, aunque esta tendencia ya está llegando a convertirse en una moda». Forteza aprovechó sus ansias de cruzar fronteras y descubrir nuevos mundos para abrir horizontes en su mente. Pepe Héctor y su hermano Ramón, en el heredado Anticuario Sa Costa, fueron pioneros en la venta de mobiliario vintage. Hace 20 años los juguetes de la infancia o nostálgicos carteles luminosos de los bares donde se gestó la primera borrachera, se encontraban en la cuesta que comunica la Rambla con Sant Miquel. Hoy Sa Costa Retro-eclectic antiques ofrece sus productos a través de visitas concertadas a su inmenso almacén de la melancolía.
En el hogar, José Forteza nos da las claves para sentirse cobijados con muebles de diferentes procedencias, en ambientes eclécticos y con guiños de humor, como caricatura de una juventud afincada en la memoria. Lo hace con un mohín travieso, a momentos, y con gesto circunspecto, en otros. Bronceado de mar, nos abre las puertas de una casa construida 130 años atrás, que aúna los objetos de una cuidada selección. Tres inmensos roperos mallorquines, de madera de norte, se ubican en la entrada de la casa donde un maniquí francés, de 1920, da la bienvenida. Una estantería reúne cristal de Murano, piezas de bronce, una cabeza de cristal de antigua botica, esculturas y bola del mundo. Entre los dos roperos, letras luminosas que conforman una expresión: Uep!
En el salón admiramos un centenario mueble de colmado de pueblo con cajones inclinados para servir legumbres y almacenaje de sacos de harina, en la parte inferior. Hoy es una atractiva librería que se une a la fresquera francesa de los años 30, en el comedor. Sobre la misma, el último capricho de los entendidos en decoración: un pinball ochentero hecho caja de luz por Forteza. El coleccionista de pintura mallorquina del siglo XVIII apuesta por los collages con figuras de cinemascope y carteles de Tarantino. Pepe es irónico, simpático, serio y honesto. Se oculta como sentimental, pero el osito de goma de su cartel-logo le delata.