Las cerezas y los albaricoques son frutas muy arraigadas en la cultura popular mallorquina, constituyendo incluso el verso inicial de una conocida canción del folclore tradicional como es el parado de Selva: «Albercocs i cireres bona vianda (…) perquè quan son madures omplen sa panxa». Pero de un tiempo a esta parte van camino de convertirse sólo en protagonistas de dicha canción y en un recuerdo de tiempos mejores para los payeses. Hoy en día el cultivo de la cereza mallorquina sólo cubre el 20 por ciento de la demanda local.
Empresas con gran volumen de ventas en el mercado mayorista, como la corporación Agroilla, que además de productor es también importador, reconocen que cada vez «hay menos payeses que comercialicen sus frutos. No hay relevo generacional; los mayores se van jubilando y los jóvenes no quieren seguir con los cultivos», apunta Arisbel Muntaner, responsable de compraventa de cereza de la corporación.
Gabriel Martorell, de sa Pobla, es uno de los pocos jóvenes agricultores que sí aceptan el reto, pero reconoce que «está repleto de dificultades». Este año ha tenido infinidad de problemas con sus cerezos. «Los de maduración temprana dieron fruto sano y en tiempo, pero los de maduración media y tardía apenas han tenido cerezas», cuenta.
La circunstancia descrita y la repetición de la misma durante los últimos años han llevado al joven payés a tomar la decisión de talar la mitad de sus cerezos. Martorell cultivaba unos 400 cerezos en su finca de Can Capellí, de unas 14 cuarteradas, de los que ya reconoce haber arrancado 200 «por improductivos». El agricultor explica que «el invierno ha sido muy suave. El cambio climático, con estos inviernos cálidos, nos afecta mucho a los cultivadores de frutales de hoja caduca». Martorell agrega: «Este año no han producido ni creo que lo hicieran en años sucesivos. Los estoy arrancando y planteándome plantar algo que no dependa tanto del frío invernal».
Aún así, los dos meses que abarca aproximadamente la temporada de cerezas (mayo y junio) han sido buenos desde el punto de vista comercial. El mercado no ha estado desabastecido y los precios han sido asequibles. «Suplimos la falta de fruta local trayendo cereza desde Lleida –indica Arisbel–. Es una fruta muy buena y de gran calidad pero las recientes lluvias han hecho que ya llegue poco genero desde Cataluña y lo estamos trayendo desde Aragón». La especialista explica que «la cereza aragonesa, es igualmente buena, pero ya no tiene ese punto de excelencia que posee la leridana. La cereza de Aragón es de menor calibre, por ejemplo», puntualiza.
Arisbel ha comprado este año unos 3.000 kilos de cerezas para distribuir en el mercado local y confirma que «sólo un 20 por ciento aproximadamente es mallorquina. Es una lástima porque los clientes la demandan en las fruterías», sentencia.
El cultivo tradicional de la cereza en Mallorca ha llegado a generar que con el paso de los años se consiguieran unas 20 variedades consideradas autóctonas. Cinco de ellas: blanca, gomosa, del capellà, primerenc d'abril y sarró fueron reconocidas oficialmente por el Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente en 2018, y otra más: d'escata, fue reconocida en 2019.