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Maquinaria en venta por falta de trabajo

La ‘Xylella' se ha llevado por delante hectáreas de cultivo de almendro y con ello el trabajo de muchos payeses

Sebatià Campaner, Penya, junto a su máquina agrícola ahora en desuso. | Pep Córcoles

| Inca |

Sebastià Campaner, Penya, de Inca, y Bartomeu Martorell, Callerís, también de Inca, son dos de los muchos payeses mallorquines que se han quedado sin el trabajo de recoger almendras en verano tras la afección de la Xylella fastidiosa hace algunos años. Esta agresiva bacteria ha destruido muchas hectáreas de cultivo tradicional de almendro, un cultivo que los propietarios no han repuesto en la mayoría de ocasiones debido a la baja rentabilidad esperada, la inversión prevista y la preocupación por que la bacteria les afecte de nuevo.

La Xylella fastidiosa es una bacteria Gram-negativa, aeróbica, y cuyo óptimo de crecimiento se sitúa entre los 26 y 28 grados centígrados. Es una bacteria que se encuentra en el xilema, y se multiplica dentro de los vasos llegando a taponarlos y a obstruir el flujo de savia bruta, lo que provoca síntomas que se corresponden con falta de agua o carencia de nutrientes, según la información oficial que aporta el Ministerio de Agricultura.

En unos viejos establos, bajo un porche o simplemente a la sombra de un algarrobo duermen inertes las máquinas que los payeses adquirieron para desarrollar su trabajo. «Yo invertí 35.000 euros en la máquina de recoger almendras, que también sirve para recoger aceituna», dice Bartomeu Martorell.

«La adquirí para recoger las almendras de mis fincas, pero también para hacer jornales ofreciendo mi trabajo a pequeños propietarios. Es impensable invertir ese dinero sólo para recoger mis fincas», agrega el payés.

Sebastià Campaner manifiesta que él la compró de segunda mano. «Yo gaste 6.000 euros en la máquina que usé durante varios años y que suponía la mayor parte de ingresos para mi casa durante los meses de julio y agosto. Pero todo eso ya se ha acabado», sostiene cabizbajo el veterano agricultor.

Sebastià levanta la cabeza y señala hacia su casa, que aparenta estar es obras y con un forrado de piedra a medio terminar. «Gracias a las almendras he construido esta casa y la estaba poniendo a mi gusto. Ahora me tendré que espabilar de otra forma para acabarla», reconoce con esa media sonrisa conformista y resignada del hombre del campo, acostumbrado a las vicisitudes de la naturaleza.
Martorell, por su parte, explica que ha pensado poner a la venta su máquina. «Tengo la suerte de haberla rentabilizado. Durante seis o siete años, me ha supuesto ganarme el pan, además de que tuve una subvención del cincuenta por ciento en su día», explica. «Es una auténtica lástima que se oxide sin usarla. En la Península siguen trabajando con esta maquinaria y había pensado intentar venderla a través de internet; aquí ya no servirá», agrega.

Campaner aporta un dato muy ilustrativo del rendimiento de estas máquinas y que le suponía, «salvar el año en muchas ocasiones». El campesino dice: «era una campaña corta, pero muy intensa, yo recogía una media de una tonelada de almendra al día y cobraba un euro por kilo entregado al propietario. Ahora nos hemos quedado sólo con un montón de chatarra».

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