Michael Korn en un joven alemán que lleva residiendo en Mallorca desde hace años. Siempre se ha sentido atraído por el sector primario y además, desde niño ha sido un recolector de setas. «Me inició mi abuelo cuando me llevaba al bosque para recoger setas con él. Me enseñó a diferenciar las comestibles y desde entonces han sido mi gran pasión», explica.
Hace unos años se planteó la posibilidad de cultivar hongos de manera intensiva para comercializarlos. «Pensé que era un campo con muchas posibilidades y más rentable que otras actividades agrarias habida cuenta del precio que llegan a alcanzar algunas setas», explica. Así comenzó, a cultivar setas comestibles: Shiitake (Lentinula edodes) y gírgolas como las seta ostra (Pleurotus ostreatus), en sus distintas variedades.
«El negocio comenzó a funcionar y pronto necesité más espacio. Conseguí la finca de Consell donde ahora tenemos nuestra explotación, una vieja granja de caracoles en desuso, y me puse a trabajar. Llegó 2020 y con él la fatalidad de la pandemia y el confinamiento –relata el agricultor–. Cerraron los restaurantes y me quedé con grandes cantidades de setas sin poder vender. Todo se vino abajo y tuve que replantearme la actividad».
Michael conoció entre tanto a Birgit Ortel, una joven, también alemana, que se ha convertido en su socia y en su pareja. Juntos pensaron un nuevo enfoque que diera más valor aún a su actividad agrícola. «Nos consideramos agricultores, aunque lo que cultivamos no sean vegetales sino hongos, el fin es el mismo», dice Birgit.
En estos momentos la actividad de la empresa que han creado, Funghi farm, no sólo se dedica a producir setas comestibles para la alimentación, sino también lo que denominan «setas vitales». Se trata de frutos de hongos con aplicaciones diversas relacionadas con la prevención sanitaria o los condimentos alimenticios.
Michael explica que «cultivar setas para alimentación implica una gran inversión en energía, agua y trabajo pues los hongos tienen un ciclo natural donde observamos que dan sus frutos en otoño. Forzar ese ciclo supone un esfuerzo adicional que complica la actividad». Sin embargo «cultivar setas para procesarlas y después vender esos productos procesados implica trabajar durante el ciclo anual de los hongos y comercializar durante todo el año, lo que hace posible que esta actividad sea rentable para el agricultor», indica Birgit.
De esta forma, los dos trabajan con setas como la cordyceps, que también se conoce como hongo oruga o DongChongXiaCao (planta de verano, insecto de invierno). Es un hongo parásito porque crece y se desarrolla en diferentes especies de insectos que al comer esporas de hongos se infectan con él. «Lo cultivamos y con él elaboramos cápsulas que se toman como reconstituyente o prevención ante ciertos estados carenciales», explican. También elaboran galletas para perro, sales aromatizadas con polvo de hongos y otros productos, además de setas comestibles. «Lo que hemos hecho ha sido cumplir con la filosofía de una agricultura moderna; no sólo cultivar sino, cultivar procesar, transformar, envasar y dar un valor añadido a nuestros cultivos», sentencia Michael.