Mel Caramel acumula medallas. Va por la docena de metales –diez oros, dos platas– en concursos que premian el trabajo que desde hace una veintena años realiza Martí Mascaró. Martí, apicultor por vocación, lo es todo en la empresa, controlando desde el inicio del proceso hasta la distribución final. Es su manera de concebir un negocio que le apasiona y que ya ha obtenido el reconocimiento internacional. El último, el logrado recientemente por las mieles elaboradas en Monnaber Vell (Campanet) y en la Finca Pública de Galatzó, en Calvià.
En total son 23 las fincas mallorquinas en las que trabaja Martí, quien ha renunciado de forma consciente y voluntaria a cualquier venta que no pase por las ‘fires' en las que participa, y por una página web donde ofrece toda su enorme variedad de mieles.
Admite, eso sí, que para poder situar su marca en el eslabón más alto del sector apícola ha tenido que entregarse en cuerpo y alma a las abejas. Lo ha hecho renunciando muchas veces al ocio, a los festivos y a los fines de semana, y adecuando su calendario vital al que marca el proceso de elaboración de la miel, que en algunos casos –los menos- permite disfrutar de dos recogidas anuales: en primavera y en otoño. «Hay que vivir obsesionado con ellas», admite el creador de Mel Caramel.
Con un ‘packaging' atractivo y una cuidada imagen en redes sociales, Mel Caramel disfruta hoy, entre sus 23 variedades, de una docena que cuentan con el sello de miel ecológica. Doce, entre las quince que existen en todo el archipiélago. Y es que, tal como explica Mascaró, en la isla resulta «muy difícil» conseguir esa certificación que da a las mieles un salto de calidad respecto al resto. El uso de pesticidas en un radio de tres kilómetros o la presencia de urbanizaciones próximas tumba cualquier intento de conseguir ese sello. Y ello, al margen de la obligada existencia de todo un exigente protocolo en el manejo, la alimentación y la lucha contra las enfermedades que sufren estos insectos.
El gusto, el aroma, el tacto y el color son las cuatro características que sirven para distinguir del resto las mieles elaboradas según técnicas artesanales, que después encuentran su premio en prestigiosos concursos como el que se celebra cada año en Italia, y que le hizo acreedor del Biolmel 2018, lo más parecido a un campeonato del mundo de mieles.
Hoy, motivado más si cabe por esas medallas que no se cansa de recoger, Martí Mascaró sigue trabajando para mejorar los espacios de cría de las abejas reina, una de las claves, según explica, para lograr un producto superior tanto en cantidad como en calidad. Mientras, el responsable de Mel Caramel saborea las mieles del éxito de una marca que parece no tener techo gracias al empeño y tesón de su propietario.