Los últimos tres años ha subido el precio de esta habácea de forma espectacular pero los payeses temen ahora un gran desplome. «Bon arbre és el garrover/ que té garroves tot l'any/ quan li tomen les de enguany/ ja té les de l'any que ve»; así reza la popular glosa mallorquina que viene a abundar en la rentabilidad histórica que ha tenido el cultivo de la algarroba en la Isla. Esta rentabilidad se ha visto incrementada hasta niveles espectaculares estos últimos tres años. Los payeses han llegado a vender hasta a dos euros el kilo y los transformadores hasta a 29 euros el kilo de goma de garrofín.
Joan Simonet, ingeniero agrónomo de Alaró, explica que «lo realmente valioso de la algarroba es la goma de garrofín; es decir, la semilla. Se trata de un espesante natural, sano, insaboro que se utiliza mucho en la industria de repostería, helados y la farmacéutica». De la algarroba se extrae también la pulpa «que se utiliza básicamente en la producción de piensos para el ganado y para la elaboración de harinas con que preparar ciertos productos alimentarios, como por ejemplo un sucedáneo del chocolate», informa Miquel Gual, presidente de la Cooperativa del Camp Mallorquí, ubicada en Consell. Se trata de una entidad de segundo grado que gestiona la actividad de varias cooperativas de payeses en cuanto a la comercialización de algarroba.
Tras los buenos resultados de los últimos tres años muchos payeses temen un desplome de la rentabilidad. Es un hecho que en este momento el precio oficial de la algarroba es de 0,70 euros el kilo. Tomeu Martorell, presidente de la cooperativa payesa de Inca, dice al respecto, con cierta indignación: «Era de prever tras tanta especulación de los últimos años. Ahora asistimos a una bajada brutal. Los payeses no sabemos de grandes números ni de grandes transacciones internacionales, pero sabemos que al final acabamos pagando los platos rotos de toda esa especulación».
Miquel Gual explica que «la situación de burbuja económica, entre comillas, se produjo hace tres años cuando grandes multinacionales europeas tuvieron sonados fracasos tras usar goma de garrofín de mala calidad procedente del sudeste asiático. Decidieron entonces comprar solo la producida en el Mediterráneo, bajo el amparo de las directrices agrarias de UE como garantía de calidad. Así pues subió mucho la demanda y como consecuencia subió el precio».
¿Qué ha pasado pues tras tres años de grandes resultados económicos? Joana Dolç, dirigente de la cooperativa de Consell, indica que «tras este tiempo, en que las empresas han pagado precios altos, están buscando alternativas a la goma de garrofín o suministradores de otros lugares que garanticen el producto a un mejor precio. A partir de ahí entra en juego la ley de la oferta y la demanda; hay menos demanda y por consiguiente el precio baja».
Con estas expectativas los algarrobos están madurando el fruto que se podrá recoger este verano. Y la cosecha «se prevé abundante y sana, salvo que en estos próximos tres meses se produzcan fenómenos ambientales adversos», indica Joan Simonet.
Tanto Simonet como Gual coinciden en destacar que si la algarroba se vende este año entre 0,70 y 0,80 euros el kilo no se puede decir que sea un mal año. «Lo que ocurre, para entendernos, es que si siempre hemos viajado en bicicleta y de pronto nos prestan una moto, volver a la bicicleta nos parece un fracaso, pero no lo es», indica Gual con un ejemplo práctico. Simonet agrega otro ejemplo: «Un algarrobo grande puede producir unos cien kilos de algarroba, cuya recolección es rápida y sencilla. En una hora están recogidas y genera un beneficio de 80 euros, vendiéndola a 0,80 euros por kilo. No es un mal resultado. Claro que acostumbrados a sacar 170 o 200 euros se antoja otra cosa, pero no siempre se puede ganar tanto».
La algarroba ha sido y es uno de los cultivos tradicionales del Mediterráneo. Ha sido muy apreciada históricamente por sus bondades. Cabe explicar una curiosidad significativa. Los griegos y los romanos usaban el garrofín como peso para medir el oro o las especias. El garrofín es una semilla longeva y cuyo peso es uniforme, igual en todos los granos: 0,189 gramos. Los griegos lo denominaron keration y de ahí deriva la palabra con que se mide el oro: el quilate.