Andreu Oliver lleva una década trabajando con caballos. Especializado en el control antidopaje de los equinos que compiten en los hipódromos de Mallorca, él es uno de los cerca de 30 especialistas en el tratamiento médico de este tipo de animales.
Actualmente existen unos 30.000 caballos censados en las Islas, si bien admite Andreu que resulta «difícil» saber con precisión el número existente porque muchos propietarios no dan de baja los ejemplares cuando fallecen. La enorme burocracia y los costes que ésta acarrea sirven de elemento disuasorio para dejar constancia de esas muertes, y dificulta así poder conocer el número de caballos que viven en el Archipiélago.
En todo caso, destaca el «buen estado de salud» que en general presentan los equinos en Balears: «El 95 por ciento de los caballos que vemos están en muy buenas condiciones, y muchas veces los problemas que puedan presentar son más por desconocimiento de sus cuidadores que por dejadez», señala Oliver, quien es además el presidente de EMVETIB, asociación que aglutina a empresarios de clínicas veterinarias de animales de compañía. Los problemas principales de salud a los que se enfrentan los caballos son básicamente dos. El primero tiene que ver con los cólicos que sufren, problemas intestinales que resultan muy comunes entre los équidos y para los que existen diversos tratamientos que facilitan los veterinarios especializados como Andreu.
Además, gran parte de estos ejemplares son víctimas de cojeras, más o menos acentuadas y difíciles de evitar por la propia anatomía del animal que, como recuerda Andreu Oliver, «debe mantener más de 500 kilos de peso sobre cuatro uñas». Ello genera problemas que van desde la propia uña hasta el tendón o los ligamentos, y supone un sufrimiento en ocasiones severo para el ejemplar, pero también para su propietario. Y es que, tal como señala el veterinario, existe casi siempre una relación «muy intensa» entre ambos. Y ello, al margen de que se trate de caballos que realicen funciones agrícolas, deportivas o de mera compañía. «Se crea –admite Andreu Oliver– un vínculo muy fuerte», que se refuerza además con el paso del tiempo, ya que este animal puede llegar a vivir más de 30 años.
Cuenta Oliver que antiguamente, en épocas de hambre, los payeses preferían que pudiera comer su caballo antes que ellos mismos. Eso sí, no se trataba tanto del cariño que le pudieran tener al animal, como de la necesidad de su supervivencia para asegurarse la carga de trabajo que podían satisfacer en un campo sin máquinas ni tractores.
Desde su clínica en Sóller, Andreu Oliver concluye subrayando la buena calidad de vida con la que hoy en día cuentan los équidos gracias a la sensibilidad de sus propietarios, pero también a una técnica sanitaria «muy avanzada» que les permite ser tratados, ante cualquier problema de salud, casi como un ser humano.