El chatni (o chutney según su más conocida grafía en inglés) es un producto propio de la cocina de la India y es uno de los acompañamientos más antiguos y populares de la gastronomía del gran país asiático, introducida posteriormente por los británicos en el Reino Unido. Rafel Soler (Sóller, 1962), músico y filólogo, empezó a investigar hace unos años una forma de preparar este condimento y comercializarlo. Rafel explica que «como aquí el chutney no era muy conocido, pensé que podría ser interesante, ya que de cada día hay más interés por los alimentos totalmente naturales y por probar nuevos sabores, y la verdad es que tuvo mucho éxito, pero como no estaba totalmente centrado en su fabricación, porque también seguía trabajando como músico, al final tuve que dejarlo».
Unos años después, junto a su pareja Adriana Detesan, que es cocinera, han retomado la aventura, ya que «mucha gente nos pedía donde podían encontrar este chatni fabricado con materia prima local y con un sabor muy adaptado a los gustos de la gente de aquí, más suaves que los tradicionales de la cocina india o británica». «Desde un principio tenía claro que quería fabricar este producto tal y como lo hubieran hecho nuestras abuelas de haberlo conocido. Y así lo hacemos. Primero obtuvimos todos los permisos necesarios y después iniciamos el proceso de fabricación: la salsa se prepara en una cocina, utilizando únicamente cazuelas y ollas en lugar de las marmitas que se usan en los productos de elaboración industrial».
El resultado es Chatni Dolç del que hasta el momento preparan seis variedades distintas de chatni. «Ahora también elaboramos cinco confituras y estamos a punto de sacar un ketchup picante, todo ello fabricado con producto local, natural y fresco, a excepción de los ingredientes que no se pueden conseguir en la Isla, y por supuesto sin química añadida», explica Rafel. En realidad se trata de un producto comparable a una confitura agridulce que, según Rafel «sirve para acompañar la carne, el pescado o para comer con embutidos, quesos o incluso para preparar una vinagreta».
Su filosofía no es otra que «tirar adelante un producto tradicional como una salida profesional sostenible y respetuosa con el medio ambiente y con el consumidor», aunque admite que «no a todo el mundo le gusta, pero a medida que se va conociendo hay más demanda porque de cada vez hay más gente aficionada a probar nuevos sabores». Han transcurrido ya casi seis años desde que empezó la aventura, pero después de abandonar el proyecto «por falta de tiempo» ahora el chatni mallorquín busca su espacio entre los productos agroalimentarios locales que han ido surgiendo durante los últimos años frente a la miríada de elaboraciones industriales que saturan los supermercados. Rafel i Adriana preparan ahora su venta por internet.