La vocación de Rafael Forteza (Palma, 1960) por el campo viene de muy atrás. Ya de niño disfrutaba de él y participaba en las tareas agrícolas en la finca familiar. Llegó a Sóller en 1989 y continuó esta pasión en la finca de su mujer, un terreno familiar en pleno casco urbano del pueblo. Con más de 800 años de historia en manos de la familia Arbona, las tierras de Ca's Sant, que ya tenían un uso agrario, fueron transformadas totalmente para adaptarse al cultivo por antonomasia en la localidad, la naranja.
«Fue una apuesta basada en varias razones» afirma Forteza, «por un lado el microclima del valle de Sóller, que es ideal, y sobre todo como un homenaje a la tradición que durante siglos había mantenido viva a la finca». En un principio la preparación fue exhaustiva. Forteza realizó un viaje al Instituto Valenciano de Investigaciones Agrarias (IVIA) en busca de respuestas sobre qué variedades era más adecuado usar según el clima y la tierra: «Hablé con varios ingenieros especializados en cítricos y me recomendaron la ortanique, variedad que tenemos mayoritariamente en la finca, con unos 700 de los 750 árboles que tenemos».
La variedad «es un híbrido de mandarina y naranja, originaria de Jamaica nacido de forma espontánea». Sus características más importantes son la presencia de mucho jugo muy dulce y una cáscara muy resistente que facilita su exportación y que además contiene muchas esencias. En 1990 trajo de Valencia plantones sin injertar y tras arrancar todos los árboles antiguos, muy deteriorados, comenzó la repoblación del terreno. En estos plantones injertó él mismo la variedad por la que se había decidido.
En pocos años comenzó la primera producción, aún muy limitada. Con ella decidieron hacer una mermelada de naranja amarga, que gracias a la aromática piel tenía un toque muy especial. Poco después, con la plantación aún joven pero en pleno funcionamiento, decidió poner en marcha en la finca un agroturismo «de verdad». Mientras que otros crean una plantación como excusa alrededor de un hotel rural, en Ca's Sant la autenticidad venía por construir un verdadero agroturismo en una explotación activa. «Era el año 98 y la finca despertaba mucha curiosidad entre los visitantes», afirma Forteza.
Apadrina un naranjo fue su siguiente proyecto, para implicar aún más a los que se interesaban por el cultivo, del que «hasta en Japón se hicieron eco». Iniciativas así hacían seguir adelante a la finca en un mercado como el de la naranja «en continuo descenso en cuanto a precios y rentabilidad. La lucha es buscar al cliente que pague el coste verdadero de la fruta y no estar dependiendo de que funcione el turismo para mantener la finca». La producción hoy en día se lleva «con el freno de mano», ya que el mercado no la puede absorber. «Una parte es para consumo propio, otra va a la cooperativa y una importante se exporta a Alemania».