La relación con el campo de Antoni Gost Caimari (Sa Pobla, 1976) le viene de sangre. Su familia se ha dedicado durante generaciones a la tierra y Antoni tiene en ella tanto su trabajo como su pasión.
Comenzó cultivando verduras y hortalizas de todo tipo, cebollas, patatas, alcachofas, coles, etc, pero desde hace unos años se especializó en el cultivo de naranjas y clementinas. Decantarse por este cultivo fue una decisión puramente práctica. Se trataba de centrarse en un solo producto para lograr buenos resultados y aumentar la productividad.
A día de hoy es propietario de cuatro fincas dedicadas exclusivamente a la producción de la naranja. Las dos ubicadas en sa Pobla funcionan a pleno rendimiento, mientras que las que tiene en Muro y Llubí se encuentran actualmente en preparación para llegar a mantener un ritmo adecuado de producción. Entre todas ellas, Gost cuenta con alrededor de 5.000 árboles que dan alrededor de 150 toneladas de fruto cada año. Explica además, con orgullo, que «algunos de mis frutales tienen más de 130 años y han pertenecido a la familia desde entonces».
En el cultivo de la naranja este agricultor emplea diversas variedades que le permiten tener mercancía durante todo el año. La ‘valencia late' o la ‘navel powell' son algunas de las que emplea para poder aguantar todo el año. La primera va dedicada casi exclusivamente a naranja de zumo, mientras que la segunda es de mesa, teniendo un periodo de recolección muy amplio que se extiende entre los meses de mayo y septiembre.
Gost vende su producto directamente en algunos mercados como los de Llucmajor o Bahía Grande, aunque también realiza reparto como mayorista a muchas fruterías de la Isla de municipios como Inca, Manacor o Lloseta.
Las últimas heladas en el campo de sa Pobla no han afectado a la naranja, que sin embargo es un fruto que si se puede ver perjudicado por el viento fuerte. Este factor ha provocado algunos daños en el cultivo, pero en general no ha sido una mala temporada.
Sin embargo la pasión de Gost por su trabajo se ve empañada por la evolución del mercado. «Ya no compensa, y cada vez menos» se lamenta. De momento parece que la tradición familiar del campo acabará con él, ya que sus dos hijos no tienen pensado dedicarse a este mundo: «No animo a mis hijos a dedicarse al campo» afirma. «Los tiempos han cambiado y a no ser que se lleve en la sangre, este trabajo ya no es una salida laboral adecuada».
El abandono progresivo de la actividad económica tiene para Gost una consecuencia muy visible en el estado de las fincas. Muchas de ellas quedan abandonadas, sin mantenimiento. «Eso es algo que me da mucha pena». Para él el papel de las autoridades en ese sentido es muy deficitario y tiene la sensación de que, a pesar de que ayudan, «parece que están en otro mundo a la hora de la verdad».