La vocación por el campo de Juan Carlos Batle Vallés (Biniali, 1987) le viene del árbol genealógico: «Nací en una familia con una sólida e importante tradición payesa, puedo decir que desde pequeño muchos de mis juegos se desarrollaban entre labores del campo y casi sin darme cuenta fui aprendiendo el oficio» cuenta con orgullo.
Actualmente es uno de los trabajadores de Macià Batle, las célebres bodegas de Santa Maria del Camí. En ellas ejerce como viticultor, dedicándose más concretamente a la producción del fruto, la uva. No obstante su dedicación al campo le ha llevado también a cultivar un pequeño huerto y un terreno de árboles frutales.
Conocedor del duro trabajo que exige el oficio es muy consciente de sus dinámicas y de la dedicación que requiere: «El ritmo de las labores viene dado por los ciclos naturales de la agricultura, las estaciones especialmente, y en cada época hay un trabajo y unos tratamientos específicos que hacer y que no admiten demora». Pero no obstante ese duro trabajo tiene, nunca mejor dicho, sus frutos: «El campo es agradecido si lo trabajas, no lo puedes descuidar si quieres obtener unos productos de calidad y una rentabilidad para vivir de él».
Su jornada laboral comienza a las 7 de la mañana y después de la habitual pausa para reponer fuerzas y merendar a media mañana, continúa el trabajo hasta la comida. Pero su dedicación no termina ahí y una vez ha finalizado el trabajo continúa con los pies y las manos en la tierra hasta que anochece.
Sobre los aspectos económicos y la viabilidad del trabajo en el campo en el mundo actual, sostiene que «es difícil, la rentabilidad es baja y la constante burocratización del trabajo agrícola nos resta competitividad». Aún así dice sentirse afortunado por poder trabajar en su sector, ya que «afortunadamente, algunos tipos de cultivo son más dinámicos que otros, como es en mi caso el mundo de la uva para elaborar vino».
En ese sentido la gran expansión del mercado vitivinícola ha ayudado a mejorar mucho las condiciones laborales de sus trabajadores. Batle sostiene que por una parte ha permitido rentabilizar las explotaciones, ya que el estricto control ha hecho que se pague un precio justo por la uva. Por otra parte también ha creado una gran cantidad de puestos de trabajo que ha permitido principalmente que muchas personas hayan podido seguir dedicándose a la agricultura. «Los más importante es que muchos jóvenes, al ver que hay una viabilidad en la agricultura, se han incorporado a ella, creando un dinámica muy positiva para la agricultura y reactivando todas aquellas localidades campesinas y no turísticas que habían ido languideciendo», afirma.
Esta recuperación es importante, ya que para él, el payés es el principal conservador del medio ambiente. «Sin agricultura no hay vida» afirma.