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Joan Vey Pol: «La ‘bístia' era el motor de la casa, si moría lo podían pasar muy mal»

Joan Vey trabaja en su taller, un espacio atractivo en el que se respira el aire nostálgico de una Mallorca perdida.

| Manacor |

Cabeçades, collera, vencilló, costelles, clau, selletó, bastaixet, marfegueta, sofre, barriguera, reculats, creuer, culot, argolles, frontelera, mitja lluna, grifa, alena, cerol... Y así podría seguir diciendo nombres referidos a su oficio. Joan Vey Pol (Manacor, 1979), (@joanveyp en Instagram) es hoy uno de los cuatro artesanos selleters (guarniceros) que quedan en la Isla. «Ninguno de ellos lo tiene como primer oficio, es más bien una afición», indica Vey.

Más allá del rico patrimonio léxico que atesora Vey, está su taller. Un pequeño rincón de la ruralia de Manacor que conserva un legado que nos transporta a otra época, donde la gente no tenia prisa y el trabajo era completamente artesanal.

«De pequeño –relata Vey– siempre he estado entorno a los caballos y fora vila. Venía todos los fines de semana al campo con mis abuelos. Este era una barrio molt bístier y ya empecé a aficionarme». Pero Joan duia entre cella i cella el trabajo que realizaba l'amo en Joan Camell en la plaza de las verduras de Manacor. «Allí pasé muchas tardes de mi niñez, mi pasatiempo era ir a verlo». Al cabo de unos años al ver la gran afición de Joan por el oficio, una persona mayor le regaló todas las herramientas de selleter. Joan ya tenía aquello que había soñado muchas veces. «A partir de aquel momento ya nadie me paró. A los 18 años fui a aprender el oficio a Campanet, con l'amo en Biel Bennàssar».

A partir de allí ya empezó a hacer selletons y colleres. Pero siempre como una afición. Ha trabajado en el campo o en unas cuadras con más de 100 bísties. Indica sobre el trabajo en fora vila que «lo he intentado muchas veces, pero es complicado. Tienes que coger una rueda muy grande para poder sacar algún provecho». Joan también cultiva el campo con los animales. «Trabajar de esta manera es un capricho. Pero al trabajo realizado con el animal no hay tractor que lo pueda igualar. Solo los grandes aficionados a las bísties hemos aguantado, el resto se han pasado al tractor». Añade «a la bístia la tienes que mantener todo el año, al tractor puedes estar dos semanas sin verlo ni tocarlo. Pero también sé que es inviable, impensable que hoy alguien pueda conrear el campo con los animales de manera profesional».

Joan, pese a su juventud, recuerda como los animales tenían su espacio en las casas. «La bístia era el motor de una casa. Si moría se podía llegar a pasarlo muy mal en aquella familia. El cerdo y la bístia eran un miembro más de la familia».

Ahora, que Vey ultima su decisión sobre si se dedica por completo al oficio de selleter, podríamos pensar que en su Manacor natal tiene trabajo seguro con la gran afición al trote. Pero Joan advierte que en este mundo todos los productos ya son sintéticos y traídos de fuera de la Isla.

Finalmente, Vey y sus bísties, tienen un papel protagonista en Sant Antoni. Joan lleva las riendas del carro de la Colcada, «es un honor, requiere trabajo pero estoy contento», sentencia.

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