Desde el pasado 15 de octubre se permite realizar quemas agrícolas de restos vegetales que quedan después de las faenas agrícolas y forestales. En esa época es habitual ver columnas de humo en diferentes puntos de la geografía mallorquina, y son muchos los que están esperando para quemar los restos que han ido acumulando durante los meses de verano en que ha estado vigente la prohibición para evitar incendios.
Por comodidad, esta práctica de quema es la manera más sencilla para tener el terreno limpio de restos lignificados (paja, rama, troncos pequeños), eliminando toda esta materia orgánica que tarda demasiado tiempo en descomponerse. La gran mayoría lo hacen así siguiendo la costumbre heredada de antaño, cuando se quemaban los restos de poda en las pilas conocidas como formiguers (similares a pequeñas sitges), haciendo montones que se tapaban con tierra, donde lentamente ardía hasta que se convertía en carbonilla. Ese material era, junto con el estiércol, una fuente importante para conservar la fertilidad de la tierra.
Pero los montones que se queman hoy día, ya se ha demostrado que son perjudiciales para la tierra. Miquel Serra, técnico de APAEMA, explica que «la materia orgánica en gran parte está constituida por carbono, que es lo que se quema y pasa a CO2, yéndose a la atmósfera y se pierde». Por ello, desde APAEMA hacen un llamamiento a que no se destruyan estos restos de esta manera. «Las tierras de Mallorca son muy deficitarias en materia orgánica, por tanto, lo que interesa es que todo el carbono que las plantas fijan de la atmosfera y lo transforman en masa vegetal, vuelva –se quede, incide– a la tierra. Si lo quemamos no se incorpora, se esfuma, se evapora», explica.
Actualmente hay una técnica, Biochar (tipo carbón vegetal) que va en este sentido; mediante una pirolisis, la lignina se convierte en una especie de carbonilla que queda incorporada a la tierra. Hay alternativas a las quemas agrícolas. «Tenemos que contemplar éstos restos como un recurso, no como si fueran suciedad», explica Serra.
En los terrenos medianamente grandes lo ideal sería que tuvieran una picadora o desbrozadora acoplada al tractor, que fuera moliendo los restos. APAEMA tiene una de pequeña, que la alquila, ideal para usar en pequeños huertos o terrenos. «Otro sistema es hacer montones y con la pala del tractor ir moviéndolos de sitio periódicamente y chafándolos. También se degrada bastante rápido», comenta Serra. Al final, se trata de no quemar, sino de conservar el carbono que genera la finca y aportarlo a la tierra. «La mayoría tienen el tiempo para hacerlo de otro modo, sin quemar», añade.
Pérdida de biodiversidad
Otra acción importante es no quemar el rastrojo ni las orillas (bardisses) de los terrenos (romaguers, ullastres, aritjes), porque «es una pérdida de biodiversidad muy importante», explica. Son un lugar donde se refugian muchos insectos, pájaros y pequeños mamíferos que tienen un papel importante en el entorno y dónde buscan un lugar donde vivir.