Jaume Pallicer pasó de la división de honor del fútbol a cuidar de sus ovejas y aquello que labraba en su finca en el municipio de Calvià. Con solo 19 años, este joven se ha convertido en gran parte de las esperanzas del futuro de la payesía del municipio calvianer con un sector primario bastante minoritario. Jaume sabe que él no puede ser el único, pero lo asume y sueña con dedicarse a ello de manera profesional.
Una rara avis. Ésta es quizás la mejor etiqueta que se le puede colgar a Jaume Pallicer (Calvià, 2001). Con 19 años y una prometedora carrera futbolística por delante, el joven calvianer cambió el balón por el tractor y puso rumbo contracorriente. Le dio la espalda al sueño que persiguen miles de niños y apostó por un sector tan necesitado de una renovación generacional como el primario. «Elegí el aire puro de la Tramuntana, aquí los problemas me los como yo solo», comenta asqueado por el mercado del fútbol de élite.
Pallicer sueña con dedicarse profesionalmente a la payesía. Explotar una finca y vivir de lo que le dé la tierra. No lo descarta: «La gente cuando se jubile me dejará algo», bromea, pero asume que, al menos de momento, es una quimera. Es por eso que combina las clases de Historia en la UIB con los trabajos del campo. Tanto en el cuidado de sus cinco cuarteradas, con sus ovejas, olivos o algarrobos, como en lo que le encargan en otras fincas. Y siempre, a lomos de su tractor Same: «Es una bomba, hago de todo con él».
Los payeses de Calvià saben que tienen en Jaume Paciller un valor preciado. Su ojito derecho. «Los mayores me apoyan, soy un orgullo para ellos», comenta el miembro de la junta directiva de la Associació de Pagesos i Ramaders.
Asociación
Desde la entidad, reivindica su obligación de cuidar las fincas de la Isla: «Mallorca es un jardín y nosotros sus jardineros». También se ha unido hace poco a la Associació de Cans Pastors y ya piensa en competir: «Ojalá pueda debutar en la Fira de Calvià y hacer un buen papel».
La subsistencia de la payesía mallorquina pasa por jóvenes como Pallicer. «Sin nosotros, no hay futuro», lamenta. A sus amigos les gusta verle feliz entre naranjos y olivos, «la aceptan, que es lo más importante». Pero no se ven atraídos por un mundo que el propio Jaume define como sacrificado. «Lo tienes que llevar en la sangre», añade. Aun así, cree que se podría impulsar el oficio en las escuelas: «Se debería fomentar como una salida laboral, es vida sana».
«Ver el resultado del trabajo que haces no tiene precio», comenta este joven agricultor sobre qué es lo mejor de la payesía. El aceite que produce él mismo o el zumo que le dan sus naranjas. Sueña entre cultivos. Un chico especial que escogió ver cada día la silueta del Puig Galatzó a bordo de su maquinaria.