Gabriel Juan Martorell Capó (Campanet, 1985) lleva toda la vida entre frutales. Su finca Can Capellí está localizada en sa Pobla y tiene una extensa trayectoria siempre en manos de la misma familia. Su bisabuelo ya cultivaba estas tierras que hace décadas ya daban almendras e higos, pero que el padre de Gabriel transformó para producir frutas, como uvas o melocotones.
Dos sondeos hicieron falta en las tierras para dar con el agua tan necesaria para estos cultivos. Tras tener asegurado el abastecimiento, Gabriel comenzó a diversificar el producto. Comenzó con granadas, gingols (azufaifa), clementinas, manzanas, ciruelas, albaricoques y cerezas. Así la explotación llegó a producir una extensa variedad de productos, frutas de temporada con especial atención a las variedades autóctonas.
Gabriel Martorell vende sus propios productos en varios de los mercados payeses más importantes de la Isla, como Inca, sa Pobla, Santa Maria, Llucmajor, Alaró o Sóller. En su puesto se puede encontrar siempre una extensa variedad de estas frutas y la atención de un negocio familiar que aún sigue con buena salud, pese a las dificultades.
Para este joven agricultor el producto de origen mallorquín ha recuperado gran parte de su estatus en los últimos años. «El consumidor valora más que antes lo que viene directamente de nuestra tierra», afirma. En los mercados en los que Gabriel vende la tendencia cada vez mayor es la del comprador que busca un producto de buena calidad y que lo valora aún más si viene, como es el caso, directamente del productor.
Las ventas a terceros son también uno de sus recursos, aunque él prefiere vender directamente al consumidor su producción. «Siempre me ha parecido más fácil producir la fruta que venderla. Es muy complicado ajustar bien los precios y saber vender», afirma y añade que para ser payés hay que tener las ideas muy claras y una gran vocación, además de dedicarle muchas horas y esfuerzo cada día, tanto al cuidado de la finca y los productos como a la venta de cara al público.
El confinamiento durante la pandemia le obligó a estar más de dos meses parado, pero lejos de descansar, siguió dedicándose al cuidado de la tierra, como no podía ser de otra manera.
En ese sentido la actividad en la finca no llegó a detenerse en ningún momento. La recuperación de algunos de los mercados tradicionales ha sido una muy buena noticia para él y para los que le rodean. «Fue complicado no poder ir a Santa Maria cada semana, ya que este pueblo siempre ha sido uno de los más importantes a nivel de ventas para nosotros» relata.
Poco a poco la situación va mejorando en ese sentido, a pesar de que el escenario para la venta cambia muy a menudo en los distintos pueblos a causa de la evolución de la situación sanitaria y las decisiones de los responsables.