Sonríe por costumbre, como si quisiera unir la amabilidad a su carta de presentación. Pero sonríe desde la ausencia. Joan Mas i Vives (Maria de la Salut, 1951) se licenció (UB, 1974) y doctoró (UB, 1984), en Filología hispánica. Catedrático de Literatura catalana en la UIB, posee un amplio currículo en el campo de la investigación literaria. Acaba de publicar su segunda novela: Kabul i Berlín a l'últim segon (Proa, 2012).
Le pregunto de qué va Kabul, porque aún no he podido leerla. Me responde:
Joan Mas.- Entrecruza la historia de tres hombres adultos, ya cincuentones, que fueron grandes amigos en la infancia. Luego sus vidas siguieron por caminos muy diferentes y se reencuentran por motivos profesionales.
Llorenç Capellà.- ¿Es un relato nostálgico?
J.M.- Para nada. Me centro en la trayectoria vital de los tres protagonistas. Quien asume el papel de narrador, es un periodista especializado en deportes que recibe el encargo de escribir la historia de un equipo de básquet. Y se encuentra con los que habían sido sus amigos. Se da la casualidad de que el presidente del club es Guillem Nadal, un ex-jugador con una vida deportiva jalonada de triunfos. Y el promotor, Joan Vinyals, un ex-militar que se desengañó de los valores del ejército, se enroló como mercenario en diversos conflictos bélicos y amasó una fortuna con el tráfico de armas.
L.C.- Todo esto invita a una lectura moral.
J.M.- No la hay. Le cito una frase de Joan Vinyals, el mercenario, que viene a darme la razón. "Les coses passen perquè han de pasar", afirma. Y así es. No hay que darle más vueltas a la vida.
L.C.- ¿Este fatalismo, el de Vinyals, es compartido por usted?
J.M.- No me lo he planteado. Es evidente que uno puede provocar o cambiar el curso de los acontecimientos con trabajo, con voluntad, con estudio... Y yo, personalmente, creo en el esfuerzo. Sin embargo, considero que el azar es mucho más determinante que la voluntad.
L.C.- Cuénteme más sobre Kabul.
J.M.- Las vivencias del ex-militar sumergen al lector en la novela de aventuras. Guillem Nadal, el presidente del club, nos trasmite una historia más humana. Y el narrador, que es el periodista, es el más ambicioso de los tres. Sopesa las biografías de sus amigos y aspira a situarse en el centro de la noticia.
L.C.- ¿Qué los une?
J.M.- No sé, porque el periodista no mantiene unas relaciones excesivamente cordiales con el mercenario... Tal vez el recuerdo de cuando siendo niños jugaban a básquet.
L.C.- El equipo ¿es el Molinar?
J.M.- ¡No! Yo no soy ninguno de los tres personajes.
L.C.- Pero usted jugó en el Molinar.
J.M.- Y recuerdo aquella época con gran cariño, porque el básquet es una escuela de valores. Ejercité la voluntad de superación, la picardía... La competitividad es vivificante. Y luego está la preparación física. Soy de los que creo que la plenitud intelectual y física se complementan.
L.C.- ¿Ya no practica el tiro a canasta?
J.M.- Iba a romperme. Pero los fines de semana hago ciclismo con un grupo de amigos. Me muevo, sudo...
L.C.- Su primera novela, Com una vella cançó, fue publicada en 2008.
J.M.- Empecé tarde, es cierto. Pero ello no prueba que mi vocación de novelista sea tardía. En realidad, pude escribir novela con veinticinco años. Si no lo hice, fue porque siempre tenía cosas más urgentes por hacer. Los estudios, las oposiciones, las clases... Bien es cierto que los trabajos de investigación biográfica me hacían sentir novelista. Una biografía es una novela, aunque el escritor tiene que limitarse a contar lo que vivió el biografiado. En cambio la novela me libera de ataduras. En Kabul hay referencias a los GAL, a la caída del muro de Berlín, a las matanzas de Ruanda... Yo no analizo los hechos, pero mis personajes los viven.
L.C.- ¿Dialoga usted con ellos?
J.M.- Continuamente. Y me importunan, son obsesivos. Incluso me hacen dudar del buen o mal concepto en que les tengo. En cualquier caso, jamás les juzgo. Sería perder el tiempo. Me atrae más la posibilidad de investigar su lado oscuro.
L.C.- ¿El propio escritor ha de tenerlo?
J.M.- ¿El lado oscuro...? Puede que sí. Al menos se le presupone una cierta complejidad de carácter. No obstante, me irrita aquel que escribe para superar sus complejos. Para mí la escritura es un ejercicio de reflexión.
L.C.- Si llega a publicar con veinticinco años ¿tendrían algo en común sus reflexiones de entonces con las de ahora?
“De todas formas soy de los que creen que un novelista, a los sesenta años, se halla en un punto de madurez ideal”
L.C.- Pla opinaba que el lector de novelas con más de treinta y cinco años era un cretino.
J.M.- ¡Pues a mí me da igual lo que pensara Pla...! La novela es el género literario en donde cabe todo: el ensayo, la poesía... ¡todo! Es un mundo completo.
L.C.- ¿Y usted, como novelista, abre y cierra este mundo antes de sentarse ante el ordenador?
J.M.- No, no... Los personajes son libres y son ellos los que marcan la acción. Hay escritores que aspiran a que la novela sea un núcleo cerrado y no se ponen a redactar hasta que lo han conseguido.
L.C.- Vargas Llosas es uno de ellos. La novela que aún no ha escrito ya está resumida en un fichero.
J.M.- Sus razones tendrá. Al fin y al cabo, lo que importa es el resultado final. Yo también tengo mis manías. Soy muy exigente en la redacción. A Kabul la imprimí cuatro veces. A Com una vella cançó, nueve.
L.C.- Los tres amigos de Kabul tienen en común la frustración.
J.M.- ¿Usted cree...? Uno se mueve por el honor, otro aspira a superarse como atleta, el otro desea escribir grandes reportajes... Puede ser. Pero esta frustración, si existe, está muy matizada porque los tres saben hacer una lectura, si no positiva, sí pragmática, de su propia historia. Son cincuentones y ya han chocado con la realidad de la vida. Sus razonamientos son una fricción constante entre las aspiraciones personales y el peso del contexto en el que se mueven.
L.C.- Vamos a parar a Ortega: yo soy yo y mi circunstancia.
J.M.- Es inevitable. Dejemos a un lado la circunstancia y llamémoslo azar.
L.C.- Vale. Margalida Capellà recordaba, en una tertulia literaria, unas palabras de Encarna Viñas respecto a Josep Maria Llompart: escribía sobre la muerte, pero su carácter no era fúnebre, sino alegre.
J.M.- Es posible. En el terreno personal soy partidario de apostar por el optimismo, porque la vida es suficientemente dura como para que no le añadamos ni un ápice de más de pesimismo. Me hallo en paz con la vida. Incluso le diré que satisfecho.
L.C.- ¿Satisfecho en la Mallorca actual...?
J.M.- Estamos atravesando unos momentos muy críticos. Tanto la nueva ley de la función pública como la marginación de la lengua catalana en las escuelas, son dos disparates. Centrándonos en la enseñanza, no podemos hablar de una propuesta de política lingüística, sino que tenemos que decir claramente que es una agresión a nuestros derechos lingüísticos. Dicho esto, haga lo que haga el gobierno de Bauzà, nadie me va a impedir continuar escribiendo y hablando en catalán.
L.C.- Usted es un gran lector...
J.M.- Más bien diga que leo tanto que la lectura ya es mi vicio.
L.C.- ¿Lee los periódicos a diario?
J.M.- Claro que sí. Sobre todo los artículos de opinión. Y las informaciones deportivas que hablan del Barça. Soy de los convencidos de que el Barça es mucho más que un club.
L.C.- ¿Y mucho más que la propia Generalitat?
J.M.- Quién sabe. Al menos, en el extranjero, sí. Prestigia Catalunya más que cualquier otra institución.
L.C.- Hablando de Països Catalans ¿independencia o nada?
J.M.- Jordi Pujol no se cansa de repetir que en España se ha dejado pasar la oportunidad de configurar un estado en el que cada nación se sintiera cómoda. Y es así. Hago mías sus palabras.
L.C.- ¿Se siente español?
J.M.- ¿Acaso los españoles me han dejado ser catalán...? Lo de español vendría después, si como catalán me sintiera respetado, libre... Además, hablando de España, se nos habla de una patria excesivamente lejana. Porque la patria, para mí, es ante todo literatura, lengua, el Barça...
L.C.- ¿Y la calle es la patria?
J.M.- Ojalá lo fuera. Pero el problema, al menos mi problema, es que cada día que pasa encuentro en ella menos espacios de identificación. Se nos está volviendo lingüísticamente hostil.
L.C.- ¿Dónde se halla la vida real, en la novela o en la calle?
J.M.- En el raciocinio, en la capacidad de pensar. La persona piensa. Aunque mejor fuera que algunas no pensaran. Ya se lo he dicho. Los mallorquines nos sentimos cada vez más extranjeros en nuestra propia casa.
Mallorca fue primeramente tierra de poetas. Luego, a partir de la década de los setenta del pasado siglo, tierra de novelistas. Y aunque ahora se la reconoce internacionalmente como tierra de chorizos, en ningún momento ha dejado de dar narradores. El último Sant Jordi -uno de los premios más prestigiosos de la literatura catalana-, tuvo color mallorquín. Lo ganó Sebastià Alzamora con Crim de sang, y quedó finalista Joan Mas i Vives con Kabul i Berlín a l'últim segon. Otros mallorquines ya lo habían ganado. Blai Bonet, en la edición de 1957 (cuando los Sant Jordi aún se denominaban Joanot Martorell), con la que habrá sido su novela más leída, El mar. Y también lo ganaron Antònia Vicens, Antoni Mus, Joan Mas (el dramaturgo), Baltasar Porcel, Carme Riera, y el menorquín Pau Faner. La aparición del nombre de Joan Mas i Vives entre los finalistas de la última edición constituyó una sorpresa. Ya había publicado Com una vella cançó (2008), pero la buena acogida que tuvo esta primera novela quedó sumergida en su densa biografía como estudioso de la poesía y del teatro. Joan Mas i Vives irrumpió en las librerías con Reflexions sobre poesía catalana (Col·lecció Tià de sa Real, 1982) y lo hizo con los dos apellidos para distinguirse del otro Joan Mas. Ha prologado la antología poética de Damià Huguet y ha estudiado la obra de Bartomeu Rosselló-Pòrcel, Marià Villangómez y Josep Maria Llompart en Domini Fosc (Publicacions de l'Abadia de Montserrat, 2003). Asimismo dirigió los dos volúmenes del Diccionari del Teatre a les Illes Balears (Lleonard Muntaner, 2003-2006).