Es de trato afectuoso y muy probablemente quisiera hacer, de la amistad, un refugio. Josep Maria Fuster (Manacor, 1937) se licenció en filosofía y letras (UM, 1962) con el estudio Análisis sociológico del suicidio, dirigido por José Luis Aranguren. Admirador de la compleja personalidad intelectual de su padre, Gabriel Fuster (Manacor, 1901-1967), ha gestionado la reedición de uno de sus libros: Un alçament carlí a Mallorca l'any 1835 (Lleonard Muntaner, 2010).
Le comento que al hablar de José Luis Aranguren hay que quitarse el sombrero. Me responde: Josep Fuster.- Era una persona carismática, de una ética incuestionable. Me decía que aspiraba a ser querido por todo el mundo. Era de trato modesto, cariñoso. Y me hizo un favor impagable. Me presenté a defender mi trabajo de fin de carrera un día después del acordado. Fue un despiste que pudo costarme caro. En cambio él le quitó importancia y convocó nuevamente al tribunal. Congeniamos. Incluso me las ingenié para que se desplazara a Manacor a dar una conferencia. Conoció a mi padre...
Llorenç Capellà.- Su padre, entre otras muchas cosas, fue un intelectual de rebotica.
J.F.- Por su condición de farmacéutico, sí. Pero también era abogado, investigador... Y además, por si no le bastara el ajetreo profesional, tuvo nueve hijos. Su rebotica era frecuentada por Jaume Vidal Alcover, Guillem d'Efak... Guillem se documentó en casa para escribir La balada de Son Coletes.
L.C.- Un alçament carlí a Mallorca fue editado en castellano, en el cuarenta y cinco.
J.F.- Y había sido escrito diez años antes, en el treinta y cinco. O sea, a los cien años de una revuelta que vino a llamarse "sa Llorençada", "el Renou" o "el Rebombori". Los orígenes del libro se hallan en un artículo que mi padre publicó en "Voz y Voto" y en el que ya alertaba de las consecuencias trágicas que se derivan de los ánimos exacerbados.
L.C.- "Voz y Voto" fue un semanario ultraconservador.
J.F.- A nadie se le oculta que mi padre era de derechas. Y católico a ultranza. Incluso diría que profesaba una fe fanática al Santo Cristo de Manacor.
L.C.- Y este acendrado catolicismo ¿pudo influirle en el momento de analizar los sucesos de "sa Llorençada"?
J.F.- No lo creo. Estudió los documentos desde un punto de vista puramente jurídico. ¿Que usted me dirá que los carlistas o conservadores eran más próximos a la Iglesia que los cristinos o liberales...? Es posible. Pero la masa que protagonizó el "Rebombori" no actuó ni por religión ni por ideología.
L.C.- ¿Entonces...?
J.F.- Por hambre. El historiador Albert Carvajal, en el epílogo del libro, afirma que la mayoría de los sublevados salió a la calle para poder disfrutar de tres comidas gratuitas a cargo de los conservadores. Según mi padre, entre los doscientos dieciséis encausados por la justicia militar hubo setenta y cuatro jornaleros del campo, veintiocho artesanos y ocho clérigos.
L.C.- Puede imaginárselo: me llaman la atención los ocho clérigos.
J.F.- Mi padre afirma que tanto los sacerdotes como los dominicos se erigieron en árbitros del conflicto. No obstante, Carvajal sugiere que la Iglesia estuvo implicada en los orígenes de la revuelta. No sé... Lo cierto es que las masas son fáciles de soliviantar. ¡Imagínese...! Los carlistas ordenaron a los bodegueros que no cobraran el vino. Sa Bassa estaba llena de gente beoda...
L.C.- Media vida de Manacor ha trascurrido en sa Bassa.
“Y las enfermeras de la Cruz Roja, las que desembarcaron con Bayo, antes de ser fusiladas fueron llevadas a sa Bassaâ€
L.C.- Dígase lo que se diga, sa Llorençada no fue un movimiento espontáneo.
J.F.- Supongo que no. A la situación de pobreza crónica de los jornaleros del campo hay que añadirle la disminución de los ingresos por parte de los sectores artesanales. Sin embargo, el malestar probablemente se canaliza a través de los hacendados y terratenientes. Aunque sólo lo apunto como posibilidad, porque no soy historiador ni presumo de serlo...
L.C.- Vale.
J.F.- Además, desde el primer momento hubo un cabecilla indiscutible, el capitán Francesc Mas. La insurrección había sido planeada concienzudamente. Ahora bien ¿por qué solo se produjo en Manacor...?
L.C.- Oficialmente en respuesta a las detenciones que se produjeron a raíz de los hechos del día de Santa Cristina.
J.F.- Sí, ya sé. La noche del veinticuatro de julio, festividad de Santa Cristina, se pintaron, con excrementos, cruces en las fachadas de las casas de los liberales más conocidos y, por ello, se detuvo a cuatro personalidades carlistas: Martí Bonet, Joan Nadal, Francesc Fàbregues y al clérigo Jaume Jaume. He ahí el detonante. Pero si la conspiración estaba planeada de antemano ¿no veían, los instigadores, que la condenaban al fracaso si no contaban con un levantamiento similar en Palma o en la isla entera...?
L.C.- Su padre sugiere, como instigadores, los nombres del Marqués de Vivot, el Barón de Ortafà...
J.F.- ¡Pero ninguno de ellos tuvo que comparecer ante los tribunales...! Y se sabía que Francesc Mas, antes del levantamiento, había visitado repetidamente Son Sureda Ric... Las víctimas fueron los de siempre: los de abajo, los pobres. Los que habían protagonizado "el Rebombori". Cuando los sentimientos de la masa se desbordan puede ocurrir cualquier cosa.
L.C.- ¿Que desarmen a los carceleros y liberen a los cuatro detenidos, por ejemplo...?
J.F.- Así es. Esto sucedió la noche del nueve al diez de agosto. Pero no sólo liberaron a los suyos, sino que encarcelaron a sesenta y ocho liberales que estaban durmiendo tranquilamente en sus casas. Fue un episodio apasionado, incivil. ¿Le hago una confesión...? Las masas enfervorizadas me asustan. Aunque más me asustan los políticos.
L.C.- ¿Por qué...?
J.F.- Por su capacidad de disfrazar la realidad según les convenga. Y la gente no los escucha. Como no escucha a los curas. Hace algunos años visitó Manacor el señor obispo. Y todos los creyentes que acudimos al templo éramos personas mayores. Se lo dije: ¿No ve usted que todos los reunidos somos viejos o casi viejos...? Si la Iglesia desea atraerse a los jóvenes ha de hablarles en su lenguaje.
L.C.- ¿Y qué le respondió el señor obispo...?
J.F.- Nada. Pasó a otro tema.
L.C.- Centrémonos en el libro de su padre. ¿Los carlistas habían decidido asesinar a los liberales detenidos?
J.F.- Me cuesta creerlo. Junto a la cárcel se arremolinaba una turba exaltada y borracha que encendió una gran hoguera y profirió amenazas de muerte. ¿Pero los hubieran arrojado al fuego? ¿Pensaban fusilarlos...? Aquello fue la apoteosis de la incultura. Y conste que la persona culta no es necesariamente la que tiene estudios, sino la que es responsable de sus actos y sabe tomar decisiones. Hace poco más de dos años murió mi único hijo. Partió en coche y a los pocos minutos de haberse ido me comunicaron que ya había muerto.
L.C.- ¿Qué ocurrió?
J.F.- Fue víctima de la incultura. Un coche embistió al suyo y murió en el acto. Al otro conductor le encontraron en la sangre cantidades elevadísimas de alcohol y restos de siete drogas diferentes. ¡Ya me dirá...! Me quedé sin hijo de un zarpazo tan insensato como brutal. Aún así, deseo creer en la responsabilidad de la gente. Y sin cultura no hay responsabilidad.
L.C.- ¿Qué ha hecho del odio que sin duda le embargó?
J.F.- ¿El odio...? Jamás entró en mi corazón. Siento añoranza. Y un inmenso vacío.
L.C.- "Sa Llorençada" se saldó con doscientas dieciséis condenas, una de ellas a muerte. El odio larvado ¿pudo aflorar, un siglo después, cuando la Guerra Civil...?
J.F.- Hay historiadores que lo afirman. Yo sólo sé que la historia se repite en lo bueno y en lo malo. Aunque más en lo malo. Soy un escéptico.
L.C.- Y políticamente ¿de derechas?
J.F.- No sabría decírselo, si bien en tiempos de Franco fui concejal. Recuerdo que el Gobernador Civil, Carlos de Meer, asistió a un pleno y se me sugirió que me olvidara del catalán y que me expresara en castellano. Y así lo hice, aunque me repugnan las humillaciones. Acabé dimitiendo.
L.C.- Bartomeu Riera, uno de los carlistas sublevados, fue ejecutado.
J.F.- Porque había aprovechado "el Rebombori" para ajustar cuentas con su suegro, Cristòfol Riera. Le dispararon, le hirieron con bayonetas y garrotes. Unos cronistas dicen que lo mataron. Otros, que pese a las gravísimas heridas pudo salvarse.
L.C.- Las penas ¿fueron excesivas?
J.F.- Seguro que sí. Porque los instigadores no fueron molestados. Y el capitán Francesc Mas pudo abandonar Mallorca, aunque hallaría la muerte tres años después en el sitio de Morella. Otros sufrieron destierro e incautación de sus bienes. El juicio fue una venganza. No prevaleció la verdad.
L.C.- ¿Y cuál era la verdad según usted...?
J.F.- Que los carlistas se apropiaron con alcohol de la voluntad de la masa. Y que los liberales hicieron lo mismo aplicando mano dura. Ambos, carlistas y liberales, abusaron del poder. Y la masa pagó las consecuencias. ¡Normal...! La tragedia de todas las guerras estriba en que las clases populares siempre pierden.