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Francesc Lladó: «Miquel Ferrà fue una persona extremadamente cívica»

Francesc Lladó | Jaume Morey

| Palma |

Se interesó por Miquel Ferrà (Palma, 1885-1947) -articulista, poeta y hombre de cultura- a través de un trabajo de curso en la Facultad y, poco a poco, se ha convertido en el mejor conocedor de su vida y obra. Francesc Lladó (Sóller, 1950) estudió Magisterio (UIB, 1975) y se licenció en Filosofía (UIB, 1990). Su última aportación al conocimiento del intelectual mallorquín es "El pont de la mar blava, vida i obra de Miquel Ferrà" (Publicacions de l'Abadia de Montserrat, 2009). Miquel Ferrà es un intelectual de biografía devaluada. La historia puede ser muy injusta con los escritores, con los pensadores. Y con Ferrà lo ha sido. Es cierto que su obra poética es escasa, pues se concentra en cuatro libros, uno de los cuales engloba dos que ya habían sido publicados previamente. De manera que se reducen a dos: "A mig camí" (1926) -que reúne "Cançó d'ahir" (1917) y "La Rosada" (1919)- y "Mater Amabilis" (1943), aunque, años después de su muerte, y por iniciativa de Joan Pons i Marquès, se publicara el volumen "Poesies Completes" (1962). En cualquier caso, su legado literario se incrementó con traducciones de d'Annunzio, Verlaine, Leopardi, Carducci y Goethe, y con un sinfín de artículos de reflexión repartidos en semanarios como "Sóller", publicaciones como Revista de Catalunya o La Il·lustració Catalana, y periódicos como El Día, Última Hora o La Veu de Catalunya. Es considerado el escritor más representativo de la "Generació del desset", en la que figuraban Joan Pons i Marquès, Guillem Colom, Guillem y Miquel Forteza y Joan Estelrich, entre otros. Se licenció en Derecho y en Filosofía y Letras y, además de obtener plaza en el Cuerpo de Archivos y Bibliotecas del Estado, fundó y dirigió la Residència d'Estudiants de Catalunya (1921-1936).
Su biógrafo, Francesc Lladó, cuidó de la edición de los libros de Miquel Ferrà Articles i assaigs (1991) y El doctor Zero i jo (1992) y es autor de L'amistat entre Miquel Ferrà i Maria Antònia Salvà (Papers de l'Allapassa, 1997), La lluita per un Sóller que no pogué existir (El Gall Editor, 2008) y El pont de la mar blava, vida i obra de Miquel Ferrà (Publicacions de l'Abadia de Montserrat, 2009).

Le invito a iniciar el diálogo. Puede decirme cualquier cosa sobre Miquel Ferrà. Me responde:

Francesc Lladó.- Fue una persona extremadamente cívica, de ideología conservadora. Y sentía interés por cualquier tema. Escribió sobre pintura y paisaje ... Incluso habló del ejército. Argumentaba que la milicia ha de estar al servicio del pueblo. España estaba metida en la guerra de Àfrica.
Llorenç Capellà.- Ya.
F.L.- Su primer referente ético fue su padre, Bartomeu Ferrà, maestro de obras titulado y hombre culto. Siendo muy joven pudo conocer a los Costa i Llobera, Joan Alcover, Joan Rosselló de Son Forteza... Tanta fe tenía Costa en él, que sin pedirle permiso presentó uno de sus poemas, el titulado Cisma, a los Jocs Florals de Barcelona. Y ganó la Englantina. Fue en 1904.
L.C.- Con tan solo diecinueve años.
F.L.- Entre 1904 y 1905 fue su época poética más prolífera. Aunque tardó doce años en publicar Cançó d'ahir, su primer poemario. Es muy perfeccionista. Y sus múltiples inquietudes le impiden centrarse en la poesía. Será el impulsor de la Escola Mallorquina, un movimiento poético formalista, pulcro, que mitifica la vida rural... La Escola Mallorquina no se propone cambiar la realidad.
L.C.- Sí...
F.L.- Pero Ferrà se esfuerza por cambiarla. Se lo digo porque se le margina o se le trata, un tanto frívolamente, como si fuera un personaje menor. La residencia de estudiantes de la UIB, lleva el nombre de Rosselló-Pòrcel.
L.C.- Rosselló fue un poeta extraordinario.
F.L.- No lo discuto. Pero el alma de la Residència d'Estudiants de Catalunya era Ferrà. Inicialmente estaba en Sant Gervasi, y contaba con subvenciones del Ayuntamiento y de otras entidades. Le hablo del año veintiuno. Pero en el veintitrés se produjo el golpe de Estado de Primo de Rivera y se acabaron las ayudas. Para recabar fondos, organizó exposiciones, representaciones teatrales... ¡Incluso partidos de fútbol!
L.C.- ¿Por qué molestaba a la Dictadura, la Residència...?
F.L.- Por dos razones muy concretas: por su catalanismo y porque acogía estudiantes de todo el mundo. Allí confluían universalismo y país, algo explosivo. Pierre Vilar se hospeda en la residencia y descubre la realidad catalana a través de Ferrà.
L.C.- Ferrà era creyente.
F.L.- Y entendía la religión como un compromiso ético. Igual que su padre. Cuando a finales del siglo XIX y principios del XX, el Bisbe Campins intentó liberalizar la iglesia mallorquina, se topó con una oposición férrea de los sectores eclesiásticos y sociales más integristas. Pero Bartomeu Ferrà, el padre de Miquel, apoyó a Campins. Y cuando entró en Cort, como concejal...
L.C.- ¿Bartomeu Ferrà...?
F.L.- El mismo. Pues bien, dimitió a los pocos meses porque no quería ignorar la escandalosa corrupción que había. Y el hijo salió a él, honesto a carta cabal. Ya en 1912, en un artículo publicado en el Sóller, Miquel Ferrà plantea la necesidad de acabar con el maridaje Iglesia-Estado.
L.C.- Nada lógico en un conservador.
F.L.- Pero sabe que el mundo es algo así como un tren en marcha y una de dos: o te subes o te apartas de su camino, porque si te quedas en mitad de la vía, te destrozará. Él se apunta a los cambios sociales, aunque reclama orden. Si le asustan los alborotos callejeros ¡ya no le digo las revoluciones...! Se entusiasmó con la proclamación de la República, pero al cabo de unas horas, cuando supo que se abrían las cárceles, ya se echaba las manos a la cabeza.
L.C.- Cuando la Setmana Tràgica...
F.L.- Se lo explico. La quema de iglesias y la persecución de eclesiásticos, le escandaliza. Ahora bien, su moral cristiana le plantea dudas, y se refiere a Ferrer i Guàrdia, digamos...
L.C.- ¿Digamos, qué?
F.L.- De manera compasiva. Años después, en el treinta y seis, antes de la guerra, publica un artículo titulado A la claror dels incendis, en el cual repudia la quema de templos por parte de los incontrolados de izquierdas, pero denuncia que la Iglesia siempre se alinea con los poderosos. Él, como otros, esperaba que cuajara una derecha política en torno de «La Veu de Mallorca», entre 1917 y 1919, cuando fue dirigida por Joan Estelrich i Joan Pons Marquès. Todos ellos pensaban que la burguesía mallorquina se miraría en la catalana, que ya disponía, desde 1914, de la Mancomunitat...
L.C.- ¿Y...?

El catalanismo se reducía a un mallorquinismo rural y evocador del pasado. Para más inri, la izquierda era tan españolista como la de ahora”

F.L.- Imagíneselo. La burguesía les dio la espalda. El catalanismo se reducía a un mallorquinismo rural y evocador del pasado. Para más inri, la izquierda era tan españolista como la de ahora. Desde nuestra perspectiva, abruma el hecho de comprobar que, en un siglo, el mapa político apenas ha cambiado.
L.C.- Si volviera...
F.L.- ¿Ferrà...?
L.C.- Sí, Ferrà.
F.L.- Continuaría trabajando para dar una proyección política y social al catalanismo exclusivamente literario. Porque esta fue la principal obsesión de su vida. Después del triunfo arrollador de Solidaritat Catalana, que consiguió el 67% de los votos en las elecciones de 1907, participó, en Palma, en la fundación de l'Espurna, un movimiento regionalista que no cuajó. Y luego, desde el semanario Sóller, entre 1911 y 1914, inició una campaña de concienciación nacional. Trató temas de lengua, de paisaje, de pedagogía...
L.C.- ¿Por qué desde el Sóller?
F.L.- Porque consideraba que la burguesía de allí, rica y afrancesada, era muy parecida a la barcelonesa, de modo que podían tener idénticas inquietudes.
L.C.- Y se equivocó.
F.L.- Es evidente. La derecha mallorquina no se compromete. Ni la de Sóller ni la de Palma. La realidad es así de cruda.
L.C.- Dígame ¿cómo pudo trabajar tanto siendo, como era, tan enamoradizo?
F.L.- ¡Misterios de la vida! Aunque creo que muchos de sus amores fueron platónicos. Tuvo una relación coral con Herminia Grau, con Clementina Arderiu, con Maria Antònia Salvà... Pero no creo que la cosa fuera más allá con ninguna de ellas. En cambio, con su amigo del alma, Lluís Nicolau d'Olwer, recuerdan y bromean maliciosamente sobre una excursión que hicieron, de noche, por el Gorg Blau, con dos jóvenes inglesas, Miss Gunn y Miss Napier.
L.C.- ¿El gran amor de su vida, fue su madre?
F.L.- La quiso muchísimo. El 18 de julio de 1936 llegó a Palma para pasar con ella su onomástica, Santa Margalida. Y aquel viaje pudo costarle la vida, porque en Mallorca triunfó el golpe de Estado. Es cierto: tuvo cierta dependencia de su madre. Prueba de ello es que no se casó hasta después de su muerte. Ya era sesentón.
L.C.- ¿Quién fue su esposa?
F.L.- Germaine Pujulà, una mujer a la que doblaba la edad. El matrimonio duró dos años.
L.C.-...
F.L.- Él enfermó de cáncer de colon y ella lo cuidó. A esto se redujo, prácticamente, su relación matrimonial. Tuve la oportunidad de conocerla. Era una mujer peculiar, muy deportista, con una personalidad muy marcada. Y no se volvió a casar. Regentó un taller de bordados.
L.C.- Ferrà tuvo infinidad de amigos. Pero se distanció de algunos.
F.L.- De Costa i Llobera, el primero. Costa era de trato difícil, padecía depresiones... Luego hubo lo de la Setmana Tràgica.
L.C.- ¿Y qué tiene que ver Costa con todo aquello?
F.L.- Imagíneselo: nada. Pero se escandalizó con la violencia callejera y se enfrió su fervor catalanista. Nada del otro jueves. Igual reaccionaron Miquel dels Sants Oliver y Maria Antònia Salvà.
L.C.- ¿De quién más se distanció?
F.L.- De mossèn Alcover, por ejemplo. Sus roces eran continuos, porque Alcover era un integrista de tomo y lomo. Así, cuando estalló la Primera Guerra Mundial no dudó en definirse, desde el púlpito, como germanófilo. Y Ferrà, aunque católico, ya iba por otros caminos. Incluso apostaba por la República.
L.C.- Tardaría más de una década en llegar.
F.L.- Pero sabía que era sinónimo de libertad. Además, era un antimonárquico acérrimo. No perdonó a Alfonso XIII que respaldara la dictadura de Primo de Rivera.
L.C.- ¿Por qué jamás rompió su relación de amistad con Maria Antònia Salvà, si era la viva imagen del inmovilismo?
F.L.- Por respeto, ella era mayor que él... Pero también por lo que representaba. Doña Maria Antònia se identificaba con la Mallorca tradicional que Ferrà también amaba. Pongámonos en su lugar. En Barcelona confluyen la agitación, el progreso... Y Mallorca es aquel mundo tradicional, inamovible, que únicamente expresa su catalanidad a través de la lengua. Le insisto: Ferrà ama este mundo. Tal vez por contraposición al otro. De hecho siempre se mueve entre dos mundos antagónicos y esta apreciación también vale para las ideas. En los años treinta, se relacionó muchísimo con Gabriel Alomar.
L.C.- Un anticlerical reconocido.
F.L.- Y uno de los pocos intelectuales de izquierdas que dio la Mallorca republicana. Poco antes de que estallara la Guerra Civil, Alomar se hallaba muy abatido espiritualmente y Ferrà lo puso en manos del padre Miquel d'Espugues.
L.C.- ¿Miquel d'Esplugues, el amigo de Carner...?
F.L.- Sí. Y de tantos otros escritores y políticos del primer tercio del siglo pasado. Pero hablábamos de Ferrà y Alomar. Sólo discuten en el treinta cuatro, por els Fets d'Octubre. Ferrà carga las tintas en contra de la revolución. Y Alomar le pide que rectifique, cosa que no hará.
L.C.- Y veinte meses después estalla el 18 de Julio.
F.L.- Y los hermanos Villalonga, Llorenç y Miquel, le acusan públicamente de ser un quintacolumnista. Aún he podido ver en la que fuera su casa, en la Costa d'en Muntaner, un escondrijo lleno de folios escritos.
L.C.- ¿Cómo se las ingenió para salvar la vida?
F.L.- Lo ignoro. Debieron de protegerle las amistades, no sé. Lo cierto es que respondió a la brutalidad con el silencio. Prácticamente no volvió a publicar.
L.C.- ¿Por miedo, por orgullo, por ética...?
F.L.- Por todo. Incluso por amargura. Tenga en cuenta que tenía que ser víctima de una contradicción pavorosa, porque Franco asumía valores que él también defendía, como la defensa de la religión y del orden. Añádale su carácter depresivo...
L.C.- En el año cuarenta se incorporó a su trabajo en la Biblioteca Provincial.
F.L.- E hizo amistad con un jovencísimo Marià Villàngomez, que trabajaba en Mallorca de maestro. Se lo presentó la bibliotecaria de la Caixa. Una catalana, Messeguer de apellido... Esta mujer tuvo problemas con la policía porque no quemó los libros que la censura le había ordenado.
L.C.- ¿A Ferrà, también se lo ordenaron?
F.L.- ¿Quemar libros...? No sabría decírselo. Fueron tiempos difíciles. Y para él, más. Aún así, ayudó cuanto pudo a los jóvenes escritores que iban surgiendo de la nada en que se había convertido Mallorca.
L.C.- Dígame ¿en la posguerra, se enemistó con Joan Estelrich?
F.L.- ¿Por qué lo pregunta...?
L.C.- Porque Estelrich fue un hombre clave para la propaganda franquista en Francia.
F.L.- No lo creo. Ni él ni ningún otro intelectual. Hay factores de amistad que pueden explicarlo. Y un cierto confusionismo.
L.C.- Ferrà murió en el cuarenta y siete. ¿Presintió el fin?
F.L.- En su última carta a Maria Antònia Salvà le confiesa que la muerte será una liberación.
L.C.- ¿Pudo desearla?
F.L.- Como cristiano no la temía. ¿Cómo idealista que veía destrozados sus sueños...? Forzosamente tenía que sentirse abatido. Su viuda, en el recordatorio de difuntos, reprodujo algunos de sus versos: "Senyor, estic cansat/ de viure sense viure...".

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