Síguenos F Y T L I T R

Por fin, el mar en cada puerto

Jaime de España y Lluch Deyá despiden el verano con una cena

Àngels Mercer, Gari Durán, Nita Balda, Sonia de Valenzuela y Esteban Mercer. | Esteban Mercer

|

Cuesta imaginar que ya estamos en la segunda semana de septiembre y que todo, absolutamente todo siga igual, salvo en el lujo que supone tener el mar para los que aquí vivimos, y quien dice mar dice playas, dice restaurantes y paseos, y la refrescante sensación, en buena parte gracias a las lluvias que han acompañado las tormentas de verano, de que todo se calma, todo se suaviza, todo vuelve a la tediosa y maravillosa normalidad. No para mí, que adoro las fiestas y la elegancia del mar, la llegada a puerto, y esto es justamente lo que siento, que un verano más hemos llegado a puerto con los deberes hechos. Es una sensación tan agradable ver la continuidad de la amistad, año tras año, mientras unos van y otros vienen para quedarse. Fíjense sino en el nivel con el que abrimos la crónica de hoy, y la alegría que nos da poder compartirla, porque pocas cosas son tan hermosas como la capacidad de ser moderno manteniendo la tradición.

Cena

El matrimonio que forman Jaime de España y Lluch Deyá, es excepcional, no solo porque hayan conseguido sacar una familia adelante, con todo lo que eso significa de sacrificio y esfuerzo, y en ocasiones dolor. La familia es lo primero que llama la atención en cuanto uno habla de sentimientos, pero en este caso también me deslumbran su capacidad de trabajo, paciencia y esfuerzo en ocasiones para sacar adelante empresas tan complicadas como el Hotel Artmadams, que puede gustar o no, pero es la obra de un artista de gran nivel que junto al matrimonio de España volcó todas sus ilusiones en este proyecto inmenso. La noche antes a la cena que nos ofrecieron en su magnífica casa de Palma se había armado un buen tinglado en el hotel, pues la afluencia de público fue enorme, y todo para ayudar al Club Elsa, y presenciar en las terrazas, y con el mural de fondo, un desfile de mujeres normales que resultó la mar de divertido. Se lo contaré la semana que viene, que esta no tengo espacio suficiente.

Volvamos a lo que nos ocupa, la cena tan entrañable que reunió en su casa a un grupo de amigos que esa semana habían sido protagonistas de varios acontecimientos en sus vidas. En fin, llegamos puntualmente a la cita, y la casa, de altos techos, salones amplios y larga historia nos recibió para deslumbrarnos. Mallorca no deja de hacerlo, pero esa noche fue especial. Lo fue por la compañía, siempre agradable, que nos ofrecieron, por la amistad que nos regalaron, y por la generosidad de poder compartir, observar con respeto cada objeto, mueble y cortina que viste esta casa histórica. Hay que resaltar el perfecto estado de conservación de cada suelo, techo, pared, ventanal, mueble... Todo nos devolvía a la romántica vida de la alta nobleza mallorquina del siglo XIX, que no es que fuera romántica por aquello del amor y otras cursilerías asociadas a la palabra, sino que resulta que esa época es la misma que recorrió la Europa de ese siglo llamado del romanticismo, pues se expuso la belleza y la armonía como nunca antes.

La diferencia, en mi opinión, es que el romanticismo mallorquín, pese a ensalzar el lujo, lo hace de manera contenida, sin avisos, y aunque hay quien lo compara con los italianos, hay una forma de ese estilo totalmente nuestra, pues ensalza, no exagera. En fin, que esa definición sirve a la perfección para describir cómo fue la cena que nos ofrecieron los España-Deyá. Tras un aperitivo en uno de los salones más frescos de Palma, pasamos al comedor, donde nos esperaba una mesa perfectamente dispuesta para disfrutar de las delicias de la casa. De primero, ni más ni menos que mi plato favorito en verano, granada de berenjena, y de postre, igual, quarto embetumat. ¡Qué delicia! Lo mismo que la conversación y la tertulia que se originó tras la cena. Gracias, Jaime y Lluch por tan estupenda velada.

Lo más visto