Los que hayan tenido la suerte de viajar al reino de Srikit, Tailandia, habrán comprobado el enorme respeto que sus habitantes tienen por esta reina consorte que lo fue durante más de 50 años llegando incluso a reinar como regente en alguna de las ausencias del rey. Parecía frágil vestida de lujo, pero resultó ser dura como la piedra negra que la vio nacer. Es una mujer nonagenaria que desde la sombra sigue mandando sobre sus descendientes, incluido su hijo, el rey actual, al que hizo volver de la juerga constante para asumir la corona que le pertenecía.
Y lo hizo recordando la belleza de sus modelos de costura y sus joyas inspirados siempre en la cultura de su país, recordando el origen de cada uno de sus gestos, pese a ser una señora educada en Suiza y aparentemente suave. Todo lo contrario, Sirikit manda y mucho sobre los que la ven y los que no. Que se lo digan al que casó bajo sus órdenes y reina también bajo su mandato de atenta reina madre sin hacerlo del todo mal.
Recuerdo su estancia en Mallorca, alojada en el hotel Son Vida, donde hizo colocar un piano de cola en su habitación y donde recibía hasta altas horas de la madrugada a sus invitados, siempre de rodillas, incluso para andar, ante su presencia. Se enamoró de las perlas de Manacor y compró toneladas, se paseó discretamente, es un decir, por la Isla y comprobó por qué sus amigos, los Reyes de España, estaban tan enamorados de este lugar del Mediterráneo pionero del turismo que llenaba su país de hoteles como los nuestros. Había venido a España para botar un barco junto a doña Sofia. Nada es casual en este tipo de visitas, o nada lo era hasta que se empezó a cuestionar todo. Sirikit no reinó en un país democrático, tampoco se lo pidieron.