Se habla mucho de la reina de Inglaterra como ejemplo de perfección, pero Margarita de Dinamarca, para quien se cambió la ley del país para que pudiera ser reina titular y heredar de su padre, en pleno siglo XX, algo parecido a lo ocurrido con Isabel II de España, salvo que en el XIX, y nos las damos de rancios y poco modernos. Pues no, nuestra Corona ha sido siempre de las más modernas y avanzadas de Europa, y todavía hoy lo es.
A lo que iba, Margarita es ejemplo de perfección, de servicio impecable y de superación de obstáculos con una naturalidad pasmosa. Fumadora empedernida, se casó con quien quiso, creó herederos y reinó en un Estado rico y aburrido, y muy frío. Y sigue ahí, sentada en el trono, vestida de reina de cuento, consciente de que abdicar no está su ADN, porque se siente ungida, como su prima inglesa, o su primo el rey Harald de Noruega, jefes también de la Iglesia de sus países. Adoro a esta reina que ha dedicado su vida al arte, a crear vestuarios para las óperas de su país, y hacer de ello casi una profesión complementaria que el pueblo respeta.
Las imágenes que ven pertenecen a la celebración de la reunificación de Dinamarca de 1920 cuando el país recuperó la región Schleswig del Norte, de donde procede la familia real, por cierto. Los duques titulares de Schleswig Holstein, los actuales, que son encantadores, pasan largas temporadas en Mallorca, en su casa de Alaró, muy discretamente, eso sí. Aquí casaron a su única hija, en una boda preciosa en la que el padre de la novia recordó que de su casa salían las casas de Dinamarca, Rusia, Noruega, Grecia, y en breve suponemos Inglaterra, a través de Carlos de Gales. Pues bien, es su jefe natural. Por historia, solo por historia.