Saber recibir en casa es una de las grandes lecciones que han de aprenderse desde la infancia porque después resulta complicado dar con las claves adecuadas para que lo más normal se convierta en extraordinario.
Es lo que consigue nuestra anfitriona de hoy, la que abre por derecho propio estas natas dominicales gracias a la generosidad que muestra cada vez que abre las puertas de su casa, situada en una de las zonas más elegantes de Palma, elegante sin ostentación, conservadora y moderna al mismo tiempo, que es como me gusta a mí que sean las cosas que recomiendo cada semana. Los que vivimos y disfrutamos de Mallorca estamos habituados a conocer, sin darnos cuenta de ello, lo que es el lujo de verdad.
En casa de Beatriz Lerdo de Tejada y de su hija María Juan de Sentmenat el lujo es la amabilidad, la inteligencia maternal que va de madres a hijos sin tener que pasar por vericuetos extraños, y la tradición que conlleva pertenecer a una dinastía acostumbrada al bien recibir. Beatriz y María recuerdan a su madre política y abuela querida, María de Fontcuberta, condesa de Ribas, que marcada profundamente por las necesidades que se pasaron tras la Guerra Civil española decidió vivir una vida en la que los placeres culinarios convivieran siempre con la buena educación, y de vez en cuando con los excesos, sin que resultara de mal tono.
De esa fuente, que regó con su sabiduría vital a la mismísima Grace de Mónaco, han bebido nuestras anfitrionas. Organizaron un almuerzo previo al fin de semana en su casa, como les he contado antes, para un reducido grupo de amigos de la casa, que resultó lo más divertido del año. El grupo, formado por unos estupendos Cecci Sandberg y su marido, el piloto Roberto Fernández, la maravillosa Blanca Navarro, que cuando apareció trajo toneladas de alegría en forma de anécdotas divertidas que a servidor, lo reconozco sin rubor, le hacen sentir haberse perdido media vida de la buena, pero no se puede estar a todas, lo sé. Me agrada cuando, cual madre atenta, María corrige mis errores de sintaxis causados por una galopante especie disléxica provocada por las prisas mentales. María también me corrige cuando digo bañador en vez de traje de baño, por ejemplo. También estaba mi admirado y muy querido arquitecto Antonio García-Ruiz, en estos momentos el arquitecto más y mejor valorado de la Isla, al menos por los más entendidos y les aseguro que conozco a unos cuantos. Antonio lleva la arquitectura en la sangre y en el alma de poeta atormentado por la estética, casi tanto como Alberto Tomás, un hombre de gustos sublimes, un buen amigo de sus amigos, que ha convertido su vida en una sucesión de amabilidad que no cesa.
A este grupo tan extraordinario también se unió durante un momento María Palacios, hija de María, una joven preciosa, prudente, buena estudiante que ha heredado lo mejor de sus padres. El aperitivo se sirvió en el comedor de verano y el almuerzo, un arroz caldoso de pescado delicioso, en el comedor interior, donde se dispuso una mesa acogedora y alegre para que el disfrute fuera total. Y lo fue. Tuve que irme de los primeros, para dejar paso a otros, porque todos somos sensatos y no cometemos irresponsabilidades que puedan dar al traste con nuestra vida de disfrute, a pesar de todo. El espectáculo debe continuar.