Ni Navidad, ni Las Vegas. Son Banya vuelve a ser el poblado chabolista palmesano que trae de cabeza a los distintos equipos políticos que pasan o han pasado por la administración de Cort. La ‘mano dura’ que prometía Martínez se hizo realidad, este pasado martes, en un operativo sin precedentes que acabó con las construcciones de la impunidad. Las obras ilegales que los residentes de Son Banya levantaron como muestra de su codiciada inmunidad. No han durado mucho. Dos meses después del letrero luminoso de Las Vegas y una pista hormigonada de noventa metros, junto a una rotonda y hasta un barco; vuelven los escombros.
Una sola jornada ha bastado para completar el nuevo-viejo cambio. Para ello, dos retroexcavadoras de 54 y 30 toneladas, además de una pala de 35.000 kilos, entraron solemnes en un poblado que vuelve a recibir un golpe por parte del Ajuntament de Palma bajo el que se rigen. En los alrededores, también se han retirado vehículos abandonados, motos de agua antiguas y hasta un criadero de palomas, que, por el momento, se mantendrá erguido entre los cascotes.
Es un antes y después cíclico. Aunque nunca por las mismas razones. La maquinaria pesada de Cort ha entrado en Son Banya en numerosas ocasiones para realizar derribos; aunque no como éstos últimos. El cariz social de las demás actuaciones pasadas, que no lograron su cometido, choca hoy contra una medida directa a eliminar unas obras ilegales que no tenían sentido alguno, más que el de aparentar la fortaleza de los ocho clanes de narcotráfico que resisten en su interior.
Las chabolas de la zona, en las que aún viven mujeres y muchos niños, vuelven a ser testigos de una demolición que no debería volverse a repetir, y según advierten desde el Ajuntament, «no se permitirá». Pero quien sabe. Son Banya siempre será Son Banya y cuando nadie mira hacia el poblado, éste da la campanada y se reinventa.