Ignacio Madruga Rus, profesor de español de secundaria en un centro público de Mayotte, se libró del ciclón Chido al haber tomado un avión horas antes. Desde la distancia, intenta hacerse una idea de la catástrofe: «Tengo noticias de muy poca gente», cuenta a EFE, con un nudo en el pecho.
Madruga, sevillano de 39 años, reside junto a su pareja en Mayotte desde hace tres años. Alertados por la llegada del ciclón, ambos tenían un vuelo previsto para Europa el pasado domingo, que acabaron anticipando para el viernes, en la víspera de que Chido destrozara el territorio.
«Conseguimos las dos últimas plazas en el avión», relata Madruga, quien explica que cambiaron de vuelo porque preveían que podría haber perturbaciones en el transporte aéreo, aunque en ningún caso se imaginaban una tragedia como la que atraviesa el departamento isleño.
Hoy, desde Mallorca, está pendiente de su teléfono móvil para tener noticias de sus allegados, muchos de ellos españoles, quienes trabajan, sobre todo, en la enseñanza y como fisioterapeutas. «Tengo noticias de muy poca gente, no me hago mucho a la idea del resultado del ciclón. A través de un grupo a otros (en las redes) hemos podido comunicarnos con algunos», sostiene.
El balance oficial de víctimas por el paso del ciclón el sábado avanza lentamente y ya son 20 los fallecidos, una cuenta aún lejos de las primeras estimaciones, que han advertido de al menos «varios cientos de muertos».
El profesor español, quien conoce bien el terreno, cree que es «muy difícil saber el número de muertos» y mantiene que el balance oficial corresponde solo a los que han fallecido en los hospitales. La destrucción material es la única que, de momento, se puede constatar. «Buena parte de los techos, hasta de las casas sólidas, han volado; imagínate los que son de chapa de las chabolas», indica Madruga, en alusión a los al menos 100.000 habitantes que residen en condiciones habitacionales precarias.
Madruga aporta una hipótesis, poco escuchada en los medios franceses, sobre por qué la tragedia humana puede llegar a ser tan grande. «Muchas personas decidieron no refugiarse en centros públicos, como polideportivos, colegios, institutos, por lo que pasó en 2020. Entonces hubo una alerta de ciclón, sin la misma fuerza que el Chido, y mucha gente se refugió en ellos. Sin embargo, las autoridades organizaron redadas pidiendo papeles», relata. Teniendo en cuenta que buena parte de la población de Mayotte está en situación irregular, los inmigrantes temieron que se organizase de nuevo otra operación contra ellos.
Madruga, quien está muy preocupado por la suerte de sus alumnos de secundaria -varios en situación ya muy precaria-, cuenta que le han pasado vídeos de las primeras escenas de violencia en la isla: «Me enviaron uno en el que se ve a un hombre amenazar a una mujer con machete para que esta le diese el móvil».
El treintañero y su pareja, que es de nacionalidad francesa, viven de alquiler en la costa oeste de Mayotte. «La hija de la propietaria de mi casa, que vive en París, me ha mandado un vídeo de un conocido de ella en el que se ve que nuestra casa está más o menos bien. El techo no ha volado», refiere.
Muy afectado psicológicamente, Madruga hace, desde sus redes sociales, un llamamiento para donar dinero a las ONG que trabajan en Mayotte.