Llevaba solo cinco semanas en Mallorca y estaba a prueba en la agencia de viajes Atlas-Resor, como guía turística. La sueca Cristina Elisabeth Kajuit tenía 25 años en el verano de 1978. Era una chica responsable y trabajadora, que quería quedarse a vivir en la Isla, lejos de las inclemencias del tiempo en su país. El 23 de abril, de madrugada, todo cambió para siempre. Había salido con sus amigas y en la medianoche se fue a Gomila a esperar un autobús que la llevara a casa. Pero apareció horas después destrozada en Bendinat, donde había sido torturada por un sádico. O varios. Su crimen quedó impune.
Ese día había trabajado a destajo: había acompañado a dos grupos de veraneantes al aeropuerto y a las nueve de la noche quedó con algunos clientes de su agencia. Hablaba perfectamente francés, inglés y alemán y prefería estudiar antes que salir de copas. Esa noche, fatídicamente, hizo una excepción. A las diez quedó con dos amigas y cenaron en la pizzería Laos, en la calle Calvo Sotelo. Era barato y se ajustaba al presupuesto de las chicas.
Pasaban veinte minutos de las doce de la medianoche cuando decidió marcharse. Era un domingo y al día siguiente trabajaba, así que prefiría descansar. Les comunicó a sus amigas que se iba a la Plaza Gomila para coger el autobús que la llevaría a Magaluf, donde había alquilado un pequeño apartamento. Sin embargo, nunca llegó a casa. Alguien se cruzó en su camino. No hay constancia de que cogiera un taxi o hiciera auto stop.
Sea como fuere, a las once de la mañana del lunes 24 de abril de 1978 su cuerpo fue hallado por el hijo del jardinero de la finca de Bendinat, en la carretera de Andratx, en el término de Calvià. Estaba en la cuneta, a unos veinte metros de un cruce, cerca de la nueva autopista. Yacía entre dos pinos, con los pies tocando unos alambres. Estaba desnuda de cintura para abajo y no llevaba ropa interior. Sólo unos calcetines. Al otro lado de la alambrada aparecieron el pantalón vaquero y su bolso vacío.
La cabeza de la joven había sido destrozada con una piedra de unos cinco kilos que estaba cerca del cuerpo, salpicada de sangre. El pezón izquierdo presentaba numerosas laceraciones, producidas por pellizcos, al igual que los labios vaginales. Cristina había sido terriblemente torturada antes de morir y en los tobillos tenía marcas que evidenciaban que había sido atada.
La investigación de la Guardia Civil fue exhaustiva y fueron detenidos cinco jóvenes por su supuesta implicación en los hechos, pero después se demostró que solo habían estado fumando hachís en la zona y no tenían nada que ver con la tortura y asesinato de la guía sueca. Un dato que llamó la atención de los investigadores es que, a pesar de los numerosos golpes con la piedra, la cabeza no estaba aplastada. Así pues, surgió la teoría de que podía ser otra mujer la asesina, pero solo quedó en eso: una hipótesis.
La autopsia reveló datos aún más inquietantes. El autor -o autores- no había violado a Cristina. Sólo había estado 'jugando' macabramente con ella, causándole un dolor gratuito. Un sádico. La prensa sueca se tomó con gran interés el caso y envió a corresponsales a Palma, para seguir las pesquisas. Nadie se explicaba cómo en los ocho kilómetros que separaban Gomila de Bendinat, y en un corto plazo de tiempo, Cristina había sido secuestrada, torturada y asesinada.
46 años después de que aquella joven sueca responsable y trabajadora cayera en una trampa mortal, todavía son muchas las preguntas sin respuesta. Pero hay una certeza: un sádico -si aún vive- anda suelto.