En la noche del 4 de abril de 1990 alguien discutió a gritos en el interior del bar La Curva, en la barriada palmesana de La Vileta. El dueño era Ángel Pérez, un empresario de 64 años muy conocido. Horas después, lo vieron subirse en un coche con tres varones y nunca más se supo de él. 34 años después, nunca se ha encontrado el cadáver del propietario, aunque los investigadores están convencidos de que esa noche fue asesinado. Incluso se especuló con que el cuerpo lo emparedaron en un pilar de la vía de cintura de Palma, cerca del cementerio, que al día siguiente debía ser rellenado de hormigón.
En los primeros años de la década de los noventa, el caso de Ángel Pérez fue muy mediático. Se escribieron ríos de tinta sobre la misteriosa desaparición y surgieron algunas teorías sobre lo que le podía haber ocurrido. En realidad, sólo hubo un sospechoso detenido. Era un individuo de etnia gitana que había alquilado el conocido bar a Ángel y que llevaba dos meses sin pagarle la mensualidad pactada.
El propietario comentó esta circunstancia con unos vecinos e inició los trámites para desahuciar al moroso. Su abogado, por aquella época, era el talentoso Nando Talens. Todo se truncó en la noche del 4 de abril, cuando en el bar se escucharon voces. Fue una discusión, pero nunca se supo quiénes eran los implicados. Luego, se escuchó un coche arrancando a toda velocidad, con tres varones en el interior.
Al día siguiente, Ángel había desaparecido. Su bar La Curva, en la esquina del Camí de sa Vileta con la calle Saragossa, fue registrado por los policías nacionales que se hicieron cargo de la investigación, al igual que su piso. Allí aparecieron sus gafas graduadas, de las que nunca se separaba, y su DNI, sin el que no podía salir de la Isla. Algo no cuadraba y los agentes empezaron a sospechar que lo habían asesinado. Su cuerpo, sin embargo, no aparecía.
Los acontecimientos se sucedieron rápidamente. La policía detuvo al inquilino del bar, que negó cualquier participación con el crimen y sostuvo que poco antes de desaparecer Ángel Pérez le había vendido el negocio, por varios millones de pesetas de la época. Aportó un documento que llevaba la firma del empresario y los agentes intentaron acreditar que lo había obtenido bajo coacción.
Y surgió otro dato inquietante. Alguna persona del entorno de Ángel Pérez sostuvo que esa noche le acompañaron al aeropuerto de Son Sant Joan, pero todas las pesquisas realizadas descartaron esta posibilidad. De hecho, sin la documentación personal no podría haberse subido a un avión. Se cruzaron los datos de ese día y de los posteriores entre todas las compañías aéreas y el dueño del bar La Curva no se había embarcado. ¿Por qué mentía esa fuente próxima al acusado?
El sospechoso quedó en libertad por falta de pruebas, pero la Jefatura palmesana siguió volcada en el caso. A los oídos de los agentes y del juez instructor llegó un chivatazo: Ángel Pérez había sido víctima de un ajuste de cuentas y el asesino, ayudado por otros compinches, había trasladado el cadáver hasta un puente en construcción de la vía de cintura, a la altura del cementerio de Palma. Esa noche los operarios lo habían dejado todo dispuesto para, a la mañana siguiente, arrojar el hormigón en el interior de las columnas. Y poca gente conocía aquel dato. El cadáver, según esa teoría, fue emparedado allí.
Los agentes confirmaron ese detalle. En efecto, el 5 de abril se rellenaron con cemento aquellos pilares. Si los indicios hubieran sido suficientemente sólidos la estructura hubiera sido derribada, pero al final -quizás por lo costoso que era el operativo y porque la información no estaba contrastada- no se tomó la decisión.
El caso, finalmente, cayó en el olvido y el bar fue languideciendo, cerrado y abandonado. El dos de agosto de 2001 volvió a la actualidad mediática: unos desconocidos le prendieron fuego a las tres de la tarde. Cuatro horas después, cuando había sido sofocado el incendio, regresaron de nuevo y le volvieron a quemar. ¿Tenían relación aquellos pirómanos con el asesino de Ángel Pérez?