Emilio y Unai son dos agentes de la Policía Nacional de Manacor. Ellos, junto a un tercer compañero, fueron los primeros en llegar al Camí de Son Frau y enfrentarse a Miquel Binimelis Matemalas, el asesino confeso de Manacor. «Nosotros llegamos al lugar del suceso pensando que íbamos a una quema de rastrojos incontrolada, según nos había informado la base del 091 y del 112. Cuando llegamos, la situación dio un giro de 180 grados y nos encontramos con un doble crimen», apuntan los agentes.
Acompañados por el inspector jefe de la comisaría de la Policía Nacional de Manacor, Gustavo Cervero, los agentes relatan como fueron los instantes previos a la localización de los cadáveres y la detención del autor del doble crimen.
«Nada más llegar, notamos que había cosas que no cuadraban y que el comportamiento de Miquel era muy extraño. En un momento dado vimos que entraba dentro de la vivienda y eso nos hizo activar todas las alertas. Es muy habitual el uso de armas largas (caza) en las fincas rurales. El hombre salió con dos bidones de gasolina, una antorcha de fuego y se vino a por nosotros», comentan los funcionarios actuantes.
«Al abalanzarse sobre nosotros fuimos reculando y nos protegimos de la gasolina y el fuego detrás del coche patrulla. Tuvimos mucha suerte de no tropezar y llegar a tiempo al vehículo oficial. Después, con el uso de la fuerza estrictamente necesaria le lanzamos el spray de defensa. Se trata del arma menos lesiva de la que disponemos. Es un hombre relativamente mayor y no queríamos lesionarlo», comenta Unai.
Finalmente, los agentes consiguieron redudirle, pero el acusado estaba totalmente fuera de sí y ofreció una gran resistencia, llegando a propinar patadas, puñetazos y golpes con diversos objetos contundentes a los policías. «En la academia nos preparan para muchos casos, pero jamás nos habíamos tenido que enfrentar a una situación como esta», concluyen. «Estoy muy orgulloso del trabajo realizado por parte de los zetas. La realidad a la que nos debemos enfrentar muchas veces supera la ficción», concluye Gustavo Cervero.