Era un frío 4 de enero de 1980 y un hombre paseaba con su hijo por las inmediaciones del entonces denominado Palacio de Deportes, en Son Moix. Era un descampado, lleno de matojos y hierbas, y de repente se toparon con el cadáver de una joven. El asesino le había destrozado la cabeza con una piedra. El cuerpo era el de una chica de 25 años, llamada Francisca García Martín. Esta es la crónica de un asesinato que conmocionó Palma y que 44 años después sigue siendo una de las grandes incógnitas de la crónica negra mallorquina: ¿Quién mató a la joven de Son Moix? Y sobre todo: ¿Por qué?
Palma había celebrado las navidades. Y se preparaba para la nueva década. En aquella fechas, una joven granadina llamada Francisca García, que vivía en Barcelona, se había trasladado a Palma para vender un piso. Se alojaba en la casa de una amiga y poco antes de salir por última vez estaba feliz porque había encontrado un comprador para la casa. El día 4, al mediodía, la familia que paseaba por un camino próximo a la carretera de Son Rapinya divisó, en un descampado junto a Son Moix, un cuerpo sin vida.
Aterrorizados, llamaron a la Policía Nacional, que se hizo cargo de la investigación. Los agentes examinaron la escena y confirmaron, al momento, que se trataba de un crimen. Francisca yacía boca arriba, con la cabeza destrozada por una piedra de gran tamaño que estaba a su lado. Llevaba el vestido levantado y una de las botas estaba a unos metros de ella. Lo más llamativo es que el agresor no se había llevado sus valiosos pendientes de brillantes ni su reloj de oro. El robo, pues, quedaba descartado.
Ahora, la prioridad era aclarar la identidad de la víctima. No llevaba encima ninguna documentación, así que la investigación fue compleja. Los agentes se centraron en las joyas que el asesino dejó para identificar a la mujer. Tras algunos días rastreando joyerías, en una muy conocida de Palma dieron con la pista definitiva: el exclusivo reloj de oro lo había comprado el día de Nochebuena una joven llamada Francisca García Martín, natural de un pequeño pueblo granadino llamado Montefrío.
La reconstrucción de los hechos arrojó una serie de datos: desde 1974 la joven visitaba Palma, donde pudo comprar un piso en el número 8 de la Avenida Argentina. Trabajó como limpiadora, en un bazar y vendía ropa a domicilio, pero luego fijó su residencia en Barcelona. En el número 16 de esa calle de Palma vivía su gran amiga Eliacer. Cuando en las navidades de 1979 volvió a la Isla, se alojó con ella. Su casa estaba cerrada, sin luz ni agua, así que prefería dormir en una habitación del piso de su compañera. Pero algo no cuadraba: era demasiado joven para tener un piso en propiedad en Avenida Argentina y un coche, y gastaba grandes cantidades de dinero en joyas.
Los dos pisos de Avenida Argentina fueron registrados y en el suyo no se halló nada de interés. En el portal del número 16, en cambio, aparecieron sus llaves en el suelo. Alguien, pues, la había secuestrado y se la había llevado por la fuerza a Son Moix. Posiblemente más de una persona. Eliacer contó a la policía que en los días que Francisca pasó con ella no durmió nunca en casa, así que la investigación se centró en averiguar qué hacía de madrugada. En su cuarto se encontraron también unas cartas que ella había traído desde Barcelona, que aportaron luz al caso.
Finalmente, se descubrió que podría haber estado dedicándose a la prostitución, con el alias de 'Betina'. Trabajaba supuestamente en locales de alto standing de Palma. De forma paralela, la autopsia confirmó que un golpe en el occipital derecho era la causa de la muerte y que no había sido violada. Todo se centró, entonces, en localizar a sus clientes. Eran hombres poderosos y de alto nivel económico. Una semana después, aparecieron nuevas pistas. Un conocido médico catalán había sido su amante y el asunto había acabado muy mal. Él la había amenazado de muerte. No aceptaba que 'Betina' lo hubiera dejado.
El doctor, ante aquellas evidencias, fue interrogado. Pero en el momento del crimen él estaba fuera de España, en un congreso médico en Francia. Tenía, pues, una coartada sólida. El principal sospechoso quedó fuera de la investigación y se abrieron nuevas líneas. Todas acabaron en un callejón sin salida y un año después el caso quedó cerrado. Para siempre. Lo que quedó claro es que a Francisca no la robaron: fue una venganza, un ajuste de cuentas. La secuestraron en Avenida Argentina y la ajusticiaron con una piedra en Son Moix. Fue, posiblemente, un crimen por encargo. ¿Quién tenía la capacidad de pagar a aquellos sicarios? ¿Tuvo algo que ver el famoso doctor catalán?