En la madrugada del 15 de julio de 2006, una fiesta de unos inmigrantes ecuatorianos en una finca de Sencelles acabó de forma dramática: uno de los participantes, Segundo Marcelo, de 48 años, atropelló mortalmente a Frangil Vinicio Jiménez Barzallo, de 30, con el que acababa de discutir violentamente. El acusado siempre sostuvo que había sufrido un miedo insuperable porque la víctima se dirigía hacia él con un punzón. Esta es la crónica de un crimen que años después se saldó con una condena mínima porque se desechó la posibilidad de un asesinato y el jurado popular determinó que era un homicidio imprudente.
Frangil Vinicio había obtenido el permiso de residencia hacía mes y medio. Marcelo llevaba varios años en Mallorca. Ambos eran ecuatorianos y el destino los cruzó en una fiesta de inmigrantes en Sencelles. Las consecuencias fueron dramáticas: el segundo mató al primero, aplastándolo con un coche contra la fachada de una finca. La víctima mortal, de 30 años, estaba casado y tenía dos hijos de corta edad.
Su familia estaba en Ecuador, y Frangil Vinicio Jiménez Barzallo tenía la intención de traerlos a Mallorca en cuanto le fuera posible. Su sueño, sin embargo, se desvaneció esa madrugada. El joven y otro compatriota tenían alquilada una finca junto al polígono de Sencelles, propiedad del jefe de Vinicio. Era un sábado y su compañero de alquiler montó una fiesta con otros ecuatorianos, a la que acudió Segundo Marcelo, que había trabajado en la misma empresa de aguas en la que estaba empleado en esos momentos Vinicio. No se conocían y la barbacoa transcurrió pacíficamente, al menos en apariencia. Se prolongó toda la tarde y siguió durante la noche.
Por entonces, Vinicio se ausentó y visitó algunos bares de la zona, donde consumió bebidas alcohólicas. Regresó a las cinco y media de la madrugada a la parcela 138, su finca alquilada, y se encontró con que la fiesta, lejos de languidecer, estaba en su apogeo. Quería dormir y se enfureció. Empezó a gritar e insultar a los compatriotas que estaban a la fresca, frente a la entrada de la vivienda. El tono subió y hubo un forcejeo físico.
Según los testigos (casi todos amigos de Marcelo) Vinicio volvió con un cuchillo y empezó a amenazarlos a todos, para que desalojaran aquellos terrenos. Marcelo se subió a un Opel Corsa propiedad de una empresa de aguas y aceleró bruscamente, haciendo chiscar las ruedas. Vinicio se dirigió hacia él, supuestamente con el cuchillo en una mano. De repente, el conductor soltó el embrague y arrolló al joven ecuatoriano. Lo arrastró hasta la fachada y estrelló su cabeza contra un banco. Todo había acabado, al menos para Vinicio. Marcelo no intentó huir.
Se quedó ahí, impactado. Alguien llamó al 061 y los médicos de una ambulancia intentaron reanimar al inmigrante, en vano. Le habían destrozado la cabeza y yacía boca arriba sobre un gran charco de sangre. Le dieron la vuelta y le quitaron la ropa, durante los intentos desesperados para reanimarlo. Luego, un médico certificó el fallecimiento. La Policía Judicial de la Guardia Civil se hizo cargo de la investigación y el conductor fue detenido allí mismo. Alegó, en su defensa, que se había bloqueado por un miedo insuperable y que no tenía ninguna intención de matar a Vinicio: "Todo fue un accidente", insistió.
Tras pasar la noche en los calabozos, al día siguiente se llevó a cabo la reconstrucción de los hechos y Segundo Marcelo llegó esposado en una furgoneta de la Guardia Civil pasadas las 10.30 horas de la mañana. El detenido explicó durante cerca de hora y media su versión de los hechos en la finca, aunque incurrió en numerosas contradicciones con respecto a sus declaraciones anteriores. Insistió en que se le había soltado el embrague, pero sus vacilaciones no convencieron al juez, que lo envió a prisión a la espera de juicio.
El fiscal lo imputó por asesinato y pidió 18 años de cárcel para él. Trascendió un detalle inquietante: el conductor, tras el primer impacto, había dado marcha atrás con el herido en los bajos del vehículo. La víctima tenía herederos y el Ministerio Público pidió una indemnización de 120.000 euros para la familia. Durante el juicio, el acusado se mostró muy afectado por el desenlace mortal en la finca de Sencelles, dos años atrás. Su versión fue aceptada por el jurado popular. El tribunal descartó que existiera dolo y que el conductor imputado actuara con la intención de matar a la víctima. Se desvanecía, así, la acusación de asesinato. La Fiscalía, entonces, pidió cuatro años de cárcel para él, que ya llevaba dos como preso preventivo. Tras el veredicto, Marcelo Segundo regresó a prisión, pero no pasó demasiado tiempo allí. La condena final fue de cuatro años.