Hace ahora 29 años Fernando Gutiérrez, conocido como 'El tortillero de Gomila' fue asesinado en su casa de aquella barriada palmesana en un oscuro crimen relacionado con la prostitución masculina y los bajos fondos. El homicidio causó una honda conmoción en Palma porque el empresario era una de las personas más conocidas de la noche en los años ochenta y noventa. Esta es la crónica de unos dramáticos acontecimientos que se saldaron con la detención y el encarcelamiento de cuatro jóvenes por su implicación en el asalto mortal.
'El tortillero' era un hombre de mediana edad, fibroso y enjuto, con un timbre de voz muy característico. Su modesto local, de pequeñas dimensiones, estaba presido por un rótulo austero, en rojo y negro sobre amarillo: «Tu tortillería. Toda clase de tortillas. Carne, atún, pimientos, champiñones, queso, alcachofas, jamón, tortilla loca». Era todo un clásico de la noche palmesana. Avalanchas de jóvenes hambrientos, tras una madrugada de copas y excesos en Gomila, hacían cola cada fin de semana en el peculiar kiosko, mientras Fernando, con su voz gutural, bromeaba: «No os acabaréis todas las tortillas, tranquilos».
El 22 de julio de 1994, a las tres de la madrugada, Fernando contactó con un joven llamado Francisco José para mantener un encuentro íntimo en su piso del número 38 de la calle Joan Miró, muy cerca de donde tenía el chiringuito. Lo que no sabía el empresario de la noche es que el chapero y sus amigos formaban una banda delictiva y esa noche habían previsto un asalto a un chalet de Génova, que se torció porque los dueños estaban en la casa. Cuando Francisco José llegó a la casa de Fernando lo tenían todo planeado. Su amigo Antonio le había entregado un cuchillo. En el tercero piso, 'El tortillero' abrió la puerta confiado y el prostituto contratado le intimidó con la navaja y le obligó a dejar pasar a sus otros dos compinches, el citado Antonio y otro llamado Jorge. El cuarto implicado, Juan, esperaba a pie de calle en el coche, con el motor en marcha para huir a toda velocidad en cuanto sus compinches bajaran a Gomila.
Pero nada salió como esperaban. Fernando no era un hombre que se amilanara fácilmente y plantó cara a los atracadores, que pretendían desvalijarlo. En los planes de la banda no entraba matarlo, solo querían robarle dinero y efectos de valor. Jorge y Antonio intentaron atarlo y 'El Tortillero' se revolvió desesperadamente. Francisco José, entonces, le asestó una puñalada en el cuello y el empresario se desplomó, malherido. Luego recibió otras dos puñaladas, una de las cuales le abrió el abdomen. Los delincuentes escaparon aterrorizados, pero la víctima tuvo fuerzas suficientes para arrastrarse durante tres pisos y llegar al portal de la calle, mientras repetía enigmáticamente: «Ha sido el de la puerta».
Unos jóvenes que volvían de copas fueron los primeros en auxiliarle y cuando llegaron los sanitarios de unas ambulancias 'El Tortillero' se debatía entre la vida y la muerte, en medio de un gran charco de sangre. Murió de camino al hospital, antes de que los médicos de Son Dureta pudieran operarlo de urgencia. El Grupo de Homicidios de la Policía Nacional se hizo cargo de la investigación y el caso sacudió la crónica negra de la época. Los periodistas se volcaron en los pormenores del asalto y poco después, de forma escalonada, fueron detenidos, uno a uno, los cuatro implicados. Afloraron turbios asuntos de prostitución masculina y durante el juicio, celebrado en la Audiencia, los acusados insistieron en que no tenían intención de matarlo y que todo se complicó. Les cayeron cien años de cárcel y en 2014 uno de ellos, José, pidió su puesta en libertad. Llevaba treinta años entre rejas y consideraba que era una injusticia seguir preso.
El pequeño kiosco de Fernando, otrora un hervidero de clientes ávidos de sus sabrosas tortillas nocturnas, cayó en el olvido y después cerró. Sin él, no tenía sentido. Durante muchos años, los jóvenes palmesanos recordaron la terrible muerte de 'El Tortillero' y algunos, al pasar junto a donde había estado su chiringuito, lo recordaban. Con su voz de barítono y soltando tacos, mientras advertía a los clientes somnolientos que se apiñaban en la barra: «Chavales, no os saltéis la cola, joder».