Hace casi un año, a principios del mes de enero, un grupo de okupas asaltó la sucursal de la calle San Fernando, esquina con Ramiro de Maetzu. En apariencia era una okupación más, de las muchas que se registran cada semana en Mallorca, pero ésta tenía una particularidad preocupante: el banco cerrado que un día albergó las dependencias de La Caixa está justo enfrente del cuartel de San Fernando, sede de la Policía Local de Palma. Toda una provocación.
De golpe, la vida de los vecinos cambió súbitamente. El recinto comenzó a ser visitado por menores muy conflictivos, que fumaban porros en la puerta de la entrada y organizaban fiestas salvajes en el interior. El calvario de los residentes, sobre todo de los propietarios e inquilinos de los pisos superiores, solo acababa de comenzar. Y como suele ser habitual en estos casos, ni la Justicia ni las instituciones les daban una solución.
En estos meses, los afectados han vivido episodios que ni se imaginaban. Y han hecho un master acelerado en supervivencia. Las peleas y agresiones se sucedían, cada vez con más frecuencia, y muchos de los residentes fueron amenazados por no acoger con los brazos abiertos a los nuevos y violentos inquilinos. La Policía Nacional y la Policía Local acudían día sí y otro también a la sucursal, pero legalmente no podían sacarlos. Cosas que tiene este país.
Después del verano, la tensión fue en aumento y a pesar de que muchos de los okupas fueron detenidos, otros reemplazaban su lugar en aquellas instalaciones. Siempre se quedaba uno en el interior, cuando sus colegas salían, para que no pudieran tapiarles la puerta por sorpresa. Tenían una televisión panorámica, sofás, camas y llegaron a montar una piscina desmontable, para los calores estivales. Y una Play Station 5, por supuesto de dudosa procedencia. Los empalmes ilegales de electricidad provocaban apagones continuos en la finca, y la indignación de los afectados. Pero cuando los vecinos protestaban, los delincuentes se les encaraban, retadores: «Llamad a la policía si tenéis huevos», se mofaban.
Lo peor, sin embargo, ha sido la impotencia de las autoridades para dar una respuesta a tiempo al clamor vecinal. El nido de San Fernando se convirtió en una cueva de delincuentes, donde se almacenaban efectos robados y sustancias prohibidas. Y aún así, pese a estar enfrente del cuartel de la Policía Local, cambiar la puerta por una blindada ha costado sangre, sudor y muchas páginas de Ultima Hora. La lotería del día 22 se ha adelantado a los vecinos de San Fernando. Y les ha tocado el gordo.