El glamour no es precisamente una de sus señas de identidad, así que la moda de los bolsos en bandolera con candado en Punta Ballena no tiene nada que ver con tendencias y estilos parisinos. Muchos turistas, conscientes de que al caer la madrugada no recuerdan ni su nombre, han adoptado sus propias técnicas de protección frente a las decenas de ladrones que acechan la popular avenida de Magaluf. De hecho, lo que más llama la atención este año, tras dos de parón por la pandemia, es la cantidad de delincuentes de toda Mallorca que se trasladan, los viernes y los sábados noche, a esa calle. Muchos son africanos, y se hacen pasar por vendedores callejeros, pero también hay rumanos y españoles.
Picaresca
La playa, al inicio de la avenida, se llena de británicos que se dan un chapuzón nocturno y, a lo lejos, tres señoras observan la secuencia. En cuanto se alejan, ellas se acercan. Buscan sus toallas del hotel, que los turistas han olvidado en la arena. De esta forma, consiguen cientos en una noche, que luego venden en el mercado negro. No son las única presencias inquietantes de la playa. Un grupo de africanos merodea cerca de los turistas borrachos, que juegan en la orilla. Saben que han dejado las carteras y los móviles a unos metros, dentro de las bermudas o los pantalones amontonados en la arena, y algunos reptan hasta allí con disimulo.
A medida que avanza la noche la situación degenera y a las tres de la madrugada, aproximadamente, la Policía Local de Calvià tiene que multiplicarse para identificar a sospechosos, que pululan junto a los turistas. Incluso aparecen patrullas de la Guardia Civil, que les dan apoyo. Un joven rapado, de gran corpulencia, aparece completamente ensangrentado, pero ríe como si la cosa no fuera con él. Parece que le han agredido para robarle, pero el extranjero no suelta prenda. Lleva tantas copas encima que le cuesta vocalizar. Emite, con suerte, algunos gruñidos y luego sigue riendo. Punta Ballena en estado puro.
Los investigadores, entonces, reparan en un subsahariano que se ha cambiado de ropa varias veces y aclaran el misterio: está robando carteras y móviles, pero con la ropa nueva despista y no le buscan. Pero en la avenida del vicio no todo son grandes clásicos. Las peleas tumultuarias de antaño, casi un reclamo turístico para los británicos más pendencieros, languidecen. Solo hay algunos conatos de broncas, pero tímidos. Ahora, lo que se lleva es grabar con los móviles a los jóvenes más perjudicados. Tik toks etílicos.
En los grupos de turistas esperan a que uno o varios de los amigos enloquezcan y lo inmortalizan con sus teléfonos. Como otros años, hay una auténtica invasión de botellas y vasos en las calles y aceras. Está prohibido por las ordenanzas municipales, pero nadie lo respeta. Cuando ya casi amanece, la calle es como un campo de batalla y las legiones de ladrones se desvanecen. Que mañana siguen las escaramuzas.