En el Camí de Can Boqueta, a las afueras de Inca, este viernes no fue un día normal. La tranquilidad que reina en ese enclave de la capital de Es Raiguer se vio salpicada la noche del jueves por la muerte a cuchilladas de un ladrón a manos, presuntamente, de uno de sus habitantes cuando lo sorprendió intentando robar dentro de su finca. Desde primera hora de la mañana, y con la Guardia Civil custodiando la vivienda, no pararon de transitar por allí residentes. No muchos, pero no dejaba de ser llamativo al tratarse de una zona apartada de la urbe. Algunos se dirigían a sus viviendas y otros a recoger enseres de la que es su segunda residencia. Todos ellos expectantes y sorprendidos por lo que había ocurrido hacía apenas unas horas allí, un lugar, hasta ahora, exento de cualquier tipo de problema.
La finca de Sebastián Martorell es una más. No llama la atención por nada especial. Como tampoco lo hacía él. Más bien todo lo contrario. Los residentes apenas lo conocían, llevaba una vida discreta y no se solía relacionar con nadie. Tampoco la zona da para estrechar lazos entre sus habitantes. Uno de los vecinos de una finca próxima explicaba ayer que no había visto nunca al presunto homicida, a pesar de la cercanía de sus moradas. «Sé que vivía un hombre en esa casa, pero nada más; esta mañana (por este viernes) me he enterado de lo que ha pasado y sigo sin creérmelo, esto es un sitio muy tranquilo», apuntó.
Minutos más tarde, y mientras los agentes del Laboratorio de Criminalística de la Guardia Civil seguían con la inspección ocular, dos mujeres se dirigían a casa de sus padres. Tuvieron que cruzar por delante del lugar donde ocurrió el trágico suceso. Salieron cargadas de bolsas minutos después y junto a sus progenitores. Tampoco habían congeniado con Sebastián. «Solo sabemos que iban y venían con cierta frecuencia. No teníamos ninguna relación con él», explicaron. Los únicos que escucharon ruido la tarde noche anterior fueron los de una propiedad situada a unos cincuenta metros y que sí tienen fijada su residencia allí, a diferencia de otros habitantes del Camí de Can Boqueta. De manera escueta, y todavía con el susto en el cuerpo, explicaron a los periodistas allí agolpados que salieron de casa la noche anterior al percibir algo extraño desde el exterior y vieron «a un hombre en el suelo lleno de sangre». Era Jaume Llabrés, que moriría desangrado allí mismo poco después.