Lo que hace un año hubiera sido una bulliciosa noche de verano con decenas de automóviles y riadas de gente al aire libre, en la madrugada del sábado en la calle Gremi Velluters del polígono de Son Rossinyol sólo un coche con música electrónica acaparaba el foco sonoro de la zona. La conocida discoteca de la zona apenas emitía ruido alguno. El miedo a la COVID-19, la crisis financiera o, simplemente, el hecho de que era público que los cuerpos de seguridad incrementarían los controles contra el botellón y los conductores ebrios, hizo que los fiesteros se quedaran en casa o eligieran un destino más discreto.
Mientras el que escribe y el que firma las fotos aguardábamos en una gasolinera el inevitable desenlace para los que consumían alcohol y otras sustancias, un joven se nos acerca y nos ofrece «¿coca, speed, pastillas?». Amablemente, declinamos el ofrecimiento. Son las 23:55 y la noche acaba de empezar.
En la otra punta de la calle, dos chavales, en compañía de varias amigas, tienen una discusión para decidir quién conduce el coche de regreso a casa. «Mejor que pillen a un sincarnet que a un borracho, ¿no?», exclama uno. Touché; conversación zanjada. Poco después, a las 00: 55, una luz azul aparece en el horizonte y se va acercando cada vez más. Se trata de un enjambre de motos que toman los recovecos de las naves industriales donde están los jóvenes practicando el botellón. Sin piedad, los agentes identifican a los fiesteros y les tramitan la correspondiente sanción. Además, les retiran botellas, vasos de plástico y ponen fin a la fiesta.
Minutos más tarde hablamos con un grupo de chicos que se han salvado de la quema y caminan ya sin vasos de tubo alegremente por la acera. Les preguntamos qué les parece que la policía multe a los que beben alcohol en la calle. Nos miran como alucinados sin saber cómo reaccionar hasta que el más desenfadado de ellos, un joven con gafas y bigotito, exclama risueño: «Como buen clasista que soy, no creo que tenga pinta de gitano para que me paren». En fin, ver para creer.
No todos lo están pasando tan bien como ellos; a pocos metros, la policía registra un coche. Dos jóvenes están inmovilizados mientras los agentes revisan su documentación. Después del trámite conseguimos hablar con uno de ellos. «Estábamos aquí tranquilamente cuando han venido y nos han encontrado una chusta (colilla) de porro y un pollo (paquetito) de speed». Le preguntamos su opinión acerca de las multas de la policía por consumir alcohol y drogas en la vía pública. El hombre, de unos veintimuchos años y pelo corto, explica lacónico: «Ellos hacen su trabajo, lo entiendo perfectamente, pero yo también hago el mío». Su amigo, más enfadado y reacio a hablar, nos dice con aire amenazador: «Todo vuelve». Todo vuelve, como la policía.