A las diez menos cinco de la noche del 15 de mayo de 2017, la Guardia Civil recibió una llamada de los familiares de Juan Antonio Florit. El hombre, de 57 años, estaba bocabajo, tendido en el suelo de la cocina sobre un charco de sangre, en su finca de Sencelles. Antoni Borrás, su exyerno, le había clavado más de 40 puñaladas antes de abandonar el domicilio. Los investigadores aún no sabían quién había sido el autor del crimen.
La Policía Judicial de la Guardia Civil se dirigió al lugar y se entrevistó con los familiares de la víctima para tratar de localizar al sospechoso. Los agentes descubrieron que el círculo del fallecido era muy estrecho y que el asesino era una persona que conocía. Un teniente de la Guardia Civil ha explicado en el juicio con jurado en la Audiencia de Palma que «el agresor se ensañó con la víctima, fue una carnicería».
Los agentes detuvieron al acusado en su casa de Palma. En su coche, un Seat de color azul, todavía quedaban restos de sangre. El sospechoso aparecía en los ficheros policiales por una presunta agresión sexual ocurrida años atrás.
Los investigadores cotejaron sus huellas con las que había en un recipiente de cerámica que Antonio Borrás utilizó para golpear a Juan Antonio Florit y coincidían.