La de Jairo Viera es la demoledora historia de un padre que ha pasado los últimos cuatro años sin poder ver a su hija. «Me siento un hombre maltratado. He pasado los peores años de mi vida sin ver a lo que más quiero», recalca. Depresión, un ictus y multitud de noches sin dormir son algunos de los problemas que le ha acarreado un largo período de tiempo sin poder ejercer de padre por los problemas con su expareja y la lentitud de los procedimientos judiciales.
Las fotos de su hija están muy presentes en su casa y muestra el papel que reconoce su paternidad desde enero, cuando comienza a ver algo de luz. Han sido cuatro años de espera para disponer de un certificado que ahora le permitirá solicitar la custodia compartida y, como mínimo, fijar un régimen de visitas. «Los problemas empiezan el día que nace mi hija», relata. Tras cerca de cinco años de relación, su expareja le dejó en el octavo mes de embarazo en 2010. «Me entero del nacimiento tres días después y cuando fui al hospital mi hija llevaba en la pulsera su nombre, el apellido del exmarido y el de la madre», recuerda.
De inmediato fue a los juzgados, donde le informaron de que no se podía hacer nada hasta que el bebé fuera inscrito. Pasadas dos semanas tuvo conocimiento de que su hija aparecía en el registro sin su apellido. «Los abogados me recomendaron que tratara de ir por las buenas con la madre porque si no iría para largo y no podría ver a mi hija», comenta. Tuvo a su hija los fines de semana y colaboró enconómicamente con la madre, que frustró dos intentos por regularizar la situación. Así fue hasta marzo de 2014, en el día del cuarto cumpleaños de la niña en el que su expareja le amenazó con denunciarle si se le acercaba. «Nunca me han condenado por nada y no puedo jugármela porque soy vigilante de seguridad», argumenta. Se puso en manos de su abogado, Rafael López, al que le está «eternamente agradecido» para librar su particular batalla.
El retraso de los juzgados para localizar al hombre que estaba con su expareja, la demora en las pruebas de paternidad, la burocracia o la espera para el juicio se ha prolongado cuatro años en los que se las ha tenido que apañar para saber cómo estaba su hija y tener algunas fotos. Lamenta no haber tenido respaldo del defensor del menor o de la familia de la madre y ve «muy injusto» el trato que ha sufrido, además del escaso amparo de las leyes. «Lamento la falta de igualdad, porque creo que si hubiera sido mujer la situación habría sido diferente», concluye. Ahora, teme por las ideas que le puedan haber inculcado a su hija durante un tiempo que nadie le va a devolver y que se saldará sin consecuencias para las personas que le han hecho sufrir.