Hay cosas que nunca cambian. Y Punta Ballena es una de ellas. La calle más alocada de España ha levantado el telón con los grandes clásicos de siempre: peleas, borracheras antológicas, desmadre, bandas de descuideros rumanos y prostitutas nigerianas. Ha empezado la temporada: arranca Punta ballena.
El verano pasado fue el más tranquilo que se recuerda en Magaluf, tras meses de polémicas en los medios británicos y mucha presión de las autoridades, por lo que en la madrugada del viernes había muchas dudas sobre lo que depararía esa avenida de bares y discotecas. Un equipo de Ultima Hora pasó la noche en la zona y fue testigo de los excesos de cada año.
El cierre de la macro discoteca BCM, propiedad de Bartolomé Cursach, ahora en prisión por la corrupción policial, desvía a muchos turistas hasta Punta Ballena. Antes pasaban horas en el famoso local, que para los ingleses es una especie de icono, pero ahora van directamente a los bares de Punta Ballena.
La calle, a las once de la noche, empieza a estar abarrotada, pero todavía sin llegar al nivel de julio y agosto, cuando se agolpan 12.000 almas. Muchas de ellas, auténticos zombis.
Peleas
Poco antes de la medianoche comienzan las primeras peleas, tan habituales en Punta Ballena. Casi nunca se sabe por qué empiezan, ni tampoco cómo acaban.
Hay despedidas de soltero, pero este año menos. Y muchos turistas que repiten: llegaron por primera vez hace años, como veinteañeros, y regresan como treintañeros. Incluso muchos de ellos cuarentones.
Vigilando a las aglomeraciones, desde lejos, aparecen los descuideros rumanos, que este año han hecho su aparición por primera vez. Su hábitat de actuación es la playa de noche, pero de momento hace demasiado frío y la arena, de madrugada, está vacía de turistas, así que se han trasladado al asfalto. Aquí rivalizan con otro gremio que repite cada temporada: el de las prostitutas nigerianas. Las mujeres, de una envergadura intimidatoria, aguardan pacientemente a que los primeros veraneantes vuelvan dando tumbos a su hotel, conservados en alcohol. Entonces, en alguna esquina oscura, lo abordan y le ofrecen sus servicios. En realidad, el elegido no tiene ni tiempo de reaccionar. Si no ofrece resistencia lo desvalijan con cierto tacto, pero por poco que se oponga, la lluvia de golpes es feroz.
Los exhibicionistas son otra de la fauna que pulula por la calle de la perdición. Con minúsculos tangas o con ropa de cuero, pasean sus cuerpos tambaleantes. A las seis y media de la mañana, con las primeras luces del día, llega el éxodo: los que han aguantado toda la noche se tapan el rostro, molestos por los primeros rayos de sol. Amanece en Punta Ballena y la multitud se dispersa. Como vampiros que huyen de la luz.