«Mientras trabajé como director de una de las discotecas del Grupo Cursach durante varios años nunca tuve ningún problema. Es muy cómodo trabajar para ellos porque había policías locales de Palma que nos daban los chivatazos de las redadas, inspecciones de ruido (Patrulla Verde), etc. El día que decidí marcharme y ponerme por mi cuenta comenzó mi pesadilla». Así de claro habla Ángel Ávila, uno de los testigos protegidos de la causa de presunta corrupción.
Pacha
«En el año 1992, junto a mis socios Alfonso Robledo y José Ramón Quintana, nos hicimos cargo de la discoteca Pachá, en el Passeig Marítim. A los dos años y medio aproximadamente, Tolo Sbert se interesó por nuestro negocio y al final no nos quedó más remedio que vendérselo por un precio irrisorio. Todos sabíamos que enfrentarse al Grupo Cursach era una locura».
Ángel Ávila cuenta que «yo me quedé con ellos unos seis años como director de la discoteca y durante todo ese tiempo todo fue correcto. Me pagaban de manera puntual, tenía todas las ventajas de trabajar para el grupo, la policía nos daba chivatazos, etc.».
«En 2007, me surgió la oportunidad de marcharme como director y socio a la discoteca Level. Mi salida del grupo fue muy correcta, de hecho, me dieron hasta una carta de recomendación. Los problemas llegaron cuando gracias a mis amistades y trabajo le comencé a quitar clientes a Titos y a Abraxas. A partir de ese momento mi vida cambió para siempre. Redadas constantes, denuncias falsas y visitas casi a diario de la Patrulla Verde. No pude aguantar más y me marché. Mis problemas siempre han sido con Tolo Sbert. Yo no puedo cargar contra Cursarch porque a mí no me ha hecho nada», concluye.