Ha caído la noche en Son Bauló. Los agentes que irrumpen en el lúgubre apartamento de la calle Diagonal número 3 adoptan precauciones, porque no saben qué se van a encontrar en el interior. Dimitry abre la puerta casi sin inmutarse. Es un tipo de aspecto andrógino, menudo y escuálido. Unos sospechosos arañazos surcan su cuello. «¿Dónde está Olha?», le interroga uno de los guardias civiles. Él lo mira sin perder la calma y en un correcto castellano responde: «Ha muerto».
La vida del ruso Dimitry y de la ucraniana Olha es todavía un misterio. Nunca salían de casa, no hablaban con nadie y tenían unos horarios muy raros. El acusado del crimen sostiene que su vida era un infierno por las penurias económicas que padecían y que, el viernes día 7, pactaron quitarse la vida los dos.
Salieron de su casa y cruzaron en dirección a la playa. Su intención, siempre según el relato del misterioso ruso, era meterse en el agua y ahogarse. Sin embargo, el oleaje le jugó una mala pasada a la traductora ucraniana, que se golpeó la cabeza con una roca. Una versión que cuadraría de no ser por un pequeño detalle: la autopsia ha desvelado que la mujer que asfixiada hasta la muerte. Luego, para explicar por qué había arrastrado el cuerpo durante cien metros, el ruso sostiene que quería llevarla al apartamento, para curarla. La Guardia Civil no creyó ni una palabra. Ni tampoco la jueza, que el viernes ordenó su ingreso en prisión. Dimitry, antes de su localización, no tenía ninguna intención de entregarse, y permaneció recluido en su piso búnker.