Si los testigos fueron adversos para Alejandro de Abarca, los forenses han sido demoledores. Los autores de la autopsia de la víctima rechazan de plano la versión que dio el acusado según la que una explosión fortuita de un preparado de droga provocó el fuego. Todo lo contrario. Las heridas que tenía el cuerpo demostraban que había sido rociado con gasolina y que luego se cerró el maletero. Sólo de esa manera pueden explicar los forenses las enormes temperaturas -de mil grados- a las que estuvo expuesta la víctima. «Con toda seguridad fue rociada. Si hubiera sido sin un acelerante, todo el cuerpo se hubiera quemado por igual», concluyeron.
Los forenses tampoco tienen ningún tipo de duda de que Ana Niculai estaba viva cuando Abarca incendió el coche. La víctima tenía hollín en la tráquea, señal de que todavía respiraba pero de forma débil, ya que el humo no llegó a los bronquios ni a los pulmones. Los expertos achacan este dato a que la víctima estaba muy afectada por la droga que supuestamente le inyectó el acusado. De hecho, para confirmar que estaba bajo los efectos de la heroína, los forenses tuvieron que acudir a la bilis de la fallecida. Esto plantea el problema de que no se ha podido concretar de forma exacta la cantidad de heroína que había en el cuerpo ni el momento en el que le había suministrado.
Los agentes de la científica de la Guardia Civil incidieron también en que el incendio del coche tuvo dos focos independientes, es decir, Abarca roció de gasolina el capó y el interior del maletero. Los asientos apenan estaban quemados, en comparación con el resto del vehículo. Los mismos expertos también avalaron que se hicieron dos pequeños fuegos junto al coche en los que aparecieron efectos relacionados con los hechos.
El abogado de la pareja de Niculai, Enric Patiño, interrogó a los agentes sobre la llave para poder sacar la rueda del coche. La encontraron en el maletero, lo que apunta a que la joven todavía estaba en el coche cuando Abarca cambió la rueda en un taller de Lloret.