Una docena de pisos del edificio Siesta, en la Costa de la Calma (Santa Ponça) han sido precintados después de que un gran talud se viniera abajo y causara cuantiosos daños materiales en tres alturas del bloque. Afortunadamente, en invierno hay muy pocos propietarios o inquilinos viviendo en el inmueble, lo que evitó un auténtico desastre.
«Eran las diez y media de la noche y yo me acababa de echar en el sofá, para ver la televisión. De repente escuché un ruido terrible y unos grandes pedruscos reventaron mi puerta e incluso llegaron al pasillo. Tuve un ataque de pánico, no podía salir y no sabía si el derrumbe iba a continuar. Fue muy angustioso», cuenta Àlex del Ojo Fernández, uno de los vecinos afectados. El joven, de 30 años, es carpintero de barcos y precisamente había estado reformando su casa antes del derrumbe. El edificio está ubicado en la calle Bellavista número 151 y la parte trasera da a un gran talud, que a su vez llega a la carretera. Se trata de un desnivel en la ladera de la montaña, que fue salvado con un muro de marés de grandes dimensiones. El muro, al menos en teoría, debía evitar que se produjeran derrumbes o caídas de rocas desde la montaña vecina al edificio de apartamentos.
El viernes por la noche, a causa, al parecer, del intenso temporal, la pared de marés y parte de la ladera se vinieron abajo y los cascotes afectaron con distinta intensidad a una docena de pisos de tres plantas distintas.
«Hace años estuve a punto de morir porque me atropelló un coche que luego se dio a la fuga. Ahora, con lo del derrumbe, puedo decir que ya he gastado dos vidas», ironizaba ayer Àlex. «El problema es que tenemos un presidente de la finca que vive en Alemania y que sólo viene una vez al año, cuando hay junta. Así que no sabemos muy bien qué hacer o a quién acudir», añadió.
Rosana, una sudamericana que se dedica a la artesanía, es otra de las afectadas, ya que su casa ha quedado precintada. «Yo trabajo dentro de mi apartamento, de modo que el drama para mí es doble. Lo que me gustaría es que la Policía Local y las autoridades municipales actuaran con rapidez y no dejaran precintados todos los apartamentos durante mucho tiempo». Otros vecinos temen que ahora que hay ventanas y puertas rotas por el derrumbe aparezcan ladrones.
El sentimiento unánime, sin embargo, entre los pocos vecinos que habitan el bloque en invierno es que se ha rozado la tragedia: «No quiero ni pensar qué habría pasado si el derrumbe hubiese sucedido en verano, cuando por aquí hay mucha actividad y los vecinos entran y salen de sus apartamentos continuamente», explicó otro damnificado.
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